José Pedro Traibel | Montevideo
@|5 Presidentes y un título que no los representa.
Cinco presidentes se reúnen bajo una consigna contundente: “Democracia siempre”. Una frase altisonante, cargada de aparente compromiso ético y político. Podrían haberle agregado “democracia diferente”. Pero el contraste entre el lema y quienes lo proclaman es tan brutal, que lejos de inspirar confianza, desenmascara una puesta en escena que raya en la parodia. Por otra parte, reunirse por ser amigos ideológicos no corresponde a una función presidencial ya que su investidura representa a todo un país diverso en ideologías.
Porque todos estos mandatarios, sin excepción, representan a la izquierda arcaica y sesentista, esa que aún hoy se aferra a los mitos revolucionarios, al odio de clases, al culto al Estado absoluto y a la lógica binaria de buenos y malos. Son herederos de una tradición que ha respaldado, justificado y aún hoy convive con dictaduras, censuras, persecuciones ideológicas y regímenes que solo han traído ruina, represión y desesperanza. En muchos casos, ni siquiera han hecho el esfuerzo mínimo de revisar ese pasado, de pedir perdón o de condenar explícitamente los horrores que avalaron en la década del 60/70. Por el contrario, los siguen defendiendo.
Por otra parte, e increíblemente, esas ideas que aún defienden fracasaron en los hechos, no en la teoría, afectando la vida de millones de personas. Fueron y son países arruinados, jóvenes emigrando por falta de futuro, hospitales colapsados, escuelas convertidas en fábricas de adoctrinamiento, y un sistema de justicia sometido al poder político. Paradójicamente, quienes escapan de esas realidades lo hacen rumbo a sociedades abiertas, capitalistas, con economías de mercado y división de poderes. Las mismas que estos líderes suelen señalar como culpables de todos los males del mundo y que ellos dicen ser los salvadores.
El problema no es solo la incoherencia. Es la mentira institucionalizada. Una mentira repetida mil veces, como enseñaba Goebbels, termina pareciendo verdad. Y así, estos gobiernos manipulan el relato, falsean los datos, distorsionan los hechos y reescriben la historia bajo la peligrosa lógica de que el fin justifica los medios. Un principio inmoral que arrasa con la ética, los derechos y la verdad, pero que sigue funcionando como manual de campaña para quienes confunden el poder con la salvación.
Se llenan la boca con palabras como democracia, derechos humanos, libertad de expresión, derechos que no discriminen, igualdad, redistribución de la riqueza, lo cual es deseable para cualquier ideología, pero ellos siempre aplican una mirada hemipléjica y parcial discriminando el valor del derecho según sea la ideología de quien sea el afectado y justificando su violación cuando se trata de un compañero (ejemplos abundan).
Pero esos Presidentes llegaron allí gracias a la democracia representativa, y entonces surge la pregunta clave: ¿quiénes los votan? ¿Con qué criterio? Porque no llegaron al poder por la fuerza, fueron elegidos. ¿Estamos ante ciudadanos desinformados, manipulados por el relato, o simplemente resignados a elegir entre el mal menor y la nostalgia ideológica?
En muchos casos, la respuesta está en una ciudadanía golpeada, dependiente, con baja educación cívica, formada para obedecer antes que para pensar. Una ciudadanía donde el pensamiento crítico ha sido reemplazado por consignas, y la esperanza por subsidios. Y donde, mientras tanto, se sigue premiando al que promete caminos de igualdad y redistribución en detrimento de la equidad y la justicia social repartiendo pescado en lugar de enseñar a pescar.
Opino que cuando quienes nunca condenaron ni condenan hoy a las dictaduras existentes, ni pidieron perdón por los desastres sesentistas provocados, pero se sacan una foto con el títular “Democracia siempre”, no solamente generan indignación sino que no son sinceros ya que disfrazan una conducta para representar una imagen que esconde intenciones, salvo alguno que tristemente acompaña sin mostrar carácter y simula ser el conductor de una República.