Vuelta a la realidad

JUAN ORIBE STEMMER

La imaginación y la creatividad son cualidades valiosas, a condición de que, en algún momento, mejor antes que después, su producto sea sometido al frío análisis de la razón.

La erupción de proyectos proveniente de la Presidencia puede ser vista como un loable esfuerzo para concentrar la dispersa mente nacional en las cosas concretas que debemos emprender para avanzar en la construcción de un país mejor.

Sin embargo aquel esfuerzo será en vano si no se traduce en evaluaciones serias, intercambios de ideas amplios y constructivos y, finalmente, en la formulación de proyectos viables.

La propuesta de construir un puerto de aguas profundas en el litoral de nuestro país sobre el océano Atlántico, es un buen ejemplo de lo positivo y lo no tan positivo de aquella estrategia.

En esencia, un puerto es el punto de contacto entre dos sistemas de transporte: la red de comunicaciones internas (ferrocarril, camión, buques fluviales o de cabotaje) que vinculan el puerto con su hinterland, y las rutas marítimas que vinculan el puerto con los mercados de ultramar.

Desde el punto de vista técnico, es posible construir un puerto en muchos puntos del litoral atlántico (aunque algunas ubicaciones serían más ventajosas que otras). Lo que se requiere es capital, tecnología, mano de obra e inteligencia.

El problema clave es económico. Un proyecto de puerto comercial no es viable si no consigue atraer un volumen adecuado de carga, de las características necesarias, en los volúmenes convenientes y a costos competitivos.

Por lo tanto, antes de dedicar tiempo a fijar la ubicación del puerto lo sensato es determinar cuál será el mercado que habrá de servir.

Y ese mercado tiene dos grandes componentes: el tipo de carga que utilizará el puerto y el origen de la misma.

Los puertos tienden a especializarse. Eso ya sucede en nuestro país. Nueva Palmira es un puerto dedicado al transbordo de cargas a granel (productos primarios con bajos valores por tonelada y transportados en embarques homogéneos de gran volumen), la terminal de Ancap en José Ignacio se especializa en la descarga de petróleo, el Puerto de Montevideo se ha dedicado predominantemente a la carga general.

En el año 2009 este puerto movilizó 7,6 millones de toneladas de carga divididas en carga general "tradicional" (11,3 %), carga general en contenedores (67,1 %) y graneles (21,5 %).

Entonces ¿de qué clase de puerto se habla? No es lo mismo un puerto dedicado al manejo de graneles secos (chips, cereales, mineral de hierro, etc.) que uno especializado en movilizar contenedores.

Tampoco serán iguales el monto de la inversión de capital requerido, el impacto ambiental del proyecto o, algo que no parece mencionarse lo suficiente, el efecto que tendrá el nuevo puerto sobre el resto del sistema portuario nacional.

La misma falta de precisión se observa cuando se trata de determinar cuál sería el mercado del nuevo puerto.

¿De dónde saldrá la carga necesaria para amortizar tamaña inversión?

"Un proyecto de puerto no es viable si no consigue atraer un volumen adecuado de carga".

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