Vida normal ya

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francisco faig
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La rapidísima expansión de la variante ómicron viene con dos buenas noticias: suplanta a variantes previas del virus y sus síntomas son inexistentes o levísimos. Es tiempo entonces de acelerar la normalización de nuestra vida en sociedad.

Hay un mundo que sigue, arbitrariamente, en pandemia. Hay una manipulación atroz: se presentan informaciones que procuran generar miedo en la opinión pública al señalar, por ejemplo, grandes aumentos de casos, omitiendo de que se trata sobre todo de asintomáticos. En Italia, se decidió la obligatoriedad de la vacuna en personas mayores a pesar de estar enfrentando a la benigna ómicron; en Inglaterra se mantienen los cierres de discotecas o bares a ciertas horas, arguyendo el objetivo de bajar la cantidad de contagios; y en Francia el presidente declara su voluntad de “joderle lo más posible la vida” a los que no estén vacunados, cuando en realidad la vacunación no es allí obligatoria y los no vacunados ya sufren limitaciones gravísimas a sus libertades individuales.

En Uruguay el gobierno hizo bien en bajar los días de cuarentena, y sigue actuando bien al no hacer obligatoria una vacunación que, teniendo en cuenta las características de ómicron, no es hoy tan necesaria. Con unas 30 personas en CTI con covid, y una cantidad anualizada de unos 360 muertos con covid (cuando por año mueren unas 36.000 personas), es claro que no estamos ante un grave problema de salud pública. Todo esto ocurre, además, con una vida económica y social prácticamente normal. Y la clave está, justamente, en dar el paso decisivo que nos lleve del prácticamente al totalmente normal.

El tiempo de cuarentena bajó, pero igualmente nos sigue distorsionando demasiado la vida: ¿es razonable seguir haciendo cuarentenas por un virus que, como mucho, genera un resfriado fuerte, y cuando casi el 80% de la población ya está vacunada? Hay que dejar de testear a las decenas de miles de personas asintomáticas o con síntomas leves: es un gasto inmenso para una enfermedad que ya no es grave. Y hay que cambiar la óptica de la información: no tiene ningún sentido dar cuenta de 5.000 casos por día, por ejemplo, si esas personas en su inmensa mayoría no sufren por su contagio ni generan problemas de salud pública.

Se trata de un cambio enorme. Generará rechazos entre los que han ganado sus 15 minutos de fama con esta pandemia y por tanto precisan que se eternice; entre quienes sufren un miedo existencial azuzado por la feroz campaña internacional de terror mediático en torno al covid-19; y entre los referentes de nuestra infame izquierda, esa que en estos casi dos años propuso siempre medidas destinadas a dañar la economía nacional y la gestión del gobierno.

También, seguramente será aplaudido por nuestros intelectuales de pacotilla: esos hipercríticos paranoicos de raíces zurdas (muchos de ellos, asegurados funcionarios) que creen ¡finalmente! estar librando la batalla de sus vidas contra las multinacionales. Desde su proverbial soberbia han despreciado lo que consideran minucias partidarias de nuestra Patria, y por tanto jamás reconocieron que quien mejor enfrentó (junto con Suecia) esta tragedia mundial, ha sido el gobierno de Lacalle Pou.

Una vez más, el oficialismo tendrá que mostrar su coraje. Vida normal ya.

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