Víctor Klemperer: el lenguaje como veneno

Luciano Álvarez

Víctor Klemperer (1881-1960), uno de los nueve hijos de un rabino de Prusia oriental, representa el modelo del brillante judío alemán asimilado, tan característico de los siglos XIX y primera mitad del XX. En 1913 defendió su tesis doctoral en el campo de las lenguas y literaturas románicas e inició una brillante carrera como profesor universitario. Para ese entonces se había casado con la pianista Eva Schlemmer y convertido al protestantismo. Participó de la Primera Guerra Mundial como voluntario en el ejército alemán, recibió la Medalla al Servicio y retomó su carrera, ahora en la Universidad de Dresde, ciudad donde pasaría el resto de su vida.

Klemperer se sentía, y era, netamente alemán, no renegaba de su origen, pero sí de los "místicos particularismos reductores"… hasta que los nazis le recordaron su condición y le llevaron a la reflexión sobre ella: "Así, he vuelto, a pesar de todo, al tema judío. ¿Es culpa mía? No, es culpa del nazismo, única y exclusivamente culpa suya", escribirá en su diario.

Klemperer era un anotador compulsivo. Comenzó a los 16 años, con observaciones de la vida cotidiana, argumentos para futuras novelas o pequeños relatos, breves y meticulosas descripciones. No dejó de hacerlo en los siguientes 63 años. En 1978, Walter Nowojski, un antiguo alumno, encontró "16.000 páginas de una escritura ilegible y llenas de garabatos". Klemperer sólo había utilizado parte de ese material para escribir, en 1947, "LTI, Lingua Tertii Imperio", (El Lenguaje del Tercer Reich), probablemente la reflexión más importante sobre el lenguaje totalitario.

Nowojski se encargará de dar conocer el resto, a partir de 1995, en sucesivos volúmenes que suman unas 4.000 páginas.

Los dos volúmenes dedicados al período nazi (1933-1945) llevan el título de "Quiero dar testimonio hasta el final" y se inician el 14 de enero de 1933. Sus preocupaciones son las de un académico metido en el medio de la política universitaria: "Elección del rector: después de muchas intrigas fue elegido Reuther. (…). Ha sido un asunto sucio, una maniobra contra nuestro departamento." Pero pronto habrá de abandonar su pequeño mundo para tomar conciencia -luego de las elecciones del 5 de marzo y el triunfo de Hitler- que "el poder, un inmenso poder, está en manos de los nacionalsocialistas: medio millón de hombres armados, todos los cargos y recursos públicos, la prensa y la radio, la opinión de las masas enajenadas. No veo de donde podría venir la salvación."

Por esos mismos días, otro universitario, el doctor en literatura Joseph Goebbels, también anotó en su diario algo similar: "Ahora será fácil llevar a cabo la lucha, porque podemos recurrir a todos los recursos del Estado. La prensa y la radio están a nuestra disposición."

De todos modos la vida continúa. Klemperer, como tantos otros sueña con que continúe. Pide un préstamo y comienza la construcción de una casa, mientras trabaja para terminar un libro sobre el Siglo XVIII francés y espera "vivir el final de la tiranía."

En 1935 le reducen el sueldo, el 1º de mayo, le quitan la cátedra y le obligan a jubilarse con una pequeña pensión, pero no emigra. "Por ser un filólogo de lenguas modernas que no habla idiomas. Mi francés está completamente oxidado, tengo miedo de escribir y de hablar aunque sólo sea una frase. Mi italiano nunca fue gran cosa. Y mucho menos mi español. No sé nada útil." En el fondo, como tantos otros, quiere creer que el nazismo será sólo una temporada de mal tiempo. "Nos atrincheramos aquí y aquí moriremos" (I, 405).

Al fin y al cabo es un héroe de guerra, casado con una mujer "aria"; es "un judío privilegiado"; al menos no lo deportan. Es un consuelo.

En 1940 le quitan la casa y es "realojado" en una Judenhaus, una vivienda para judíos, miserable y repleta; trabaja con otros judíos, en una fábrica. Ni siquiera puede refugiarse en una biblioteca: primero les prohíben la entrada, más tarde ni siquiera podrán tomar libros en préstamo. Sólo le queda describir circunstanciadamente cada vejación: 1942, 6 de marzo; prohibición de viajar en tranvía "debido a la reiterada falta de disciplina de los judíos en el tranvía". 15 de abril: "Todas sus casas estarán marcadas por fuera con una estrella judía". 26 de abril: se ordena que los judíos entreguen "maquinillas de cortar el pelo, tijeras de peluquería, peines en buen uso"..."Lo que importa no son las grandes cosas, sino la tiranía de cada día, que se olvida. Mil picaduras de mosquito son peores que un golpe en la cabeza. Yo observo, anoto las picaduras de mosquito…" (II, 512). "Seguiré escribiendo, esa es mi heroicidad. ¡Quiero dar testimonio, y testimonio exacto!" (II, 99).

A veces hay niños que le insultan en la calle: "muérete judío", otras, alguien se le acerca y lo compadece: "Un obrero ya mayor -en la medida en que pude distinguirlo a la luz del crepúsculo- va en bicicleta detrás de mí, pasa muy pegado a mí y dice con voz bondadosa, paternal: "Ya cambiarán las cosas, ¿verdad, camarada?... Ojalá que sea muy pronto": No todos son nazis, se consuela, "por cada creyente hay cincuenta no creyentes", escribe, pero todos guardan silencio, la única oposición está constituida por los rumores o los chistes que corren bajo cuerda.

Por sobre todo, Klemperer presta especial atención al habla. Escucha "como charlaban los trabajadores en la fábrica y como hablaban las bestias de la Gestapo y como nos expresábamos en nuestro jardín zoológico lleno de jaulas de judíos". Aplica su ciencia para un análisis filológico y pormenorizado del lenguaje de los nazis. El lenguaje, el verbo, lo más humano de lo humano, se convierte en un arma implacable en manos totalitarias.

En "El testigo ocular" Ernst Weiss, amigo de Kafka, que se suicidó en 1940 cuando los nazis entraron en París, escribe: "Él hablaba y yo sucumbía. Con su palabra nos aplastaba a todos, a los inteligentes y a los tontos, a los hombres y a las mujeres, a viejos y a jóvenes".

En los sistemas y en las mentes totalitarias la subversión del lenguaje permite introducir jergas seudocientíficas para falsificar la realidad a su gusto: "Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: Uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno; al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico", dice Klemperer.

He aquí una de las claves de la dominación. A través de la propaganda, la ideología provee las palabras, únicas, excluyentes para interpretar y falsear la realidad.

En febrero de 1945, en medio de la confusión causada por los bombardeos aliados sobre la ciudad, Klemperer se arrancó la estrella amarilla y pudo escapar con su familia hacia territorio controlado por los aliados.

Luego de la guerra, Klemperer volvió a Dresde e incluso alcanzó altos honores académicos en la República Democrática alemana, aunque sus diarios no pudieron publicarse hasta 1995. Murió en 1960. Su vida en la RDA corresponde a los dos últimos volúmenes de los diarios 1945-59 y llevan como curioso título "El mal menor".

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