Una vez más la trampa es la ley en Venezuela. Otro esfuerzo más para democratizar el país terminó burlado. Esta vez estaba dirigido e inspirado por una mujer sensata y corajuda, que se mueve con serenidad en la tormenta, que no quiere abandonar la lucha pero tampoco llevar la indignación a un baño de sangre. La desfachatez de quienes detentan el poder es tanta que proclamaron reelecto a Maduro antes de terminar el escrutinio y sin mostrar los números de la votación.
Triste también ha sido el comportamiento de algunos gobiernos cercanos a Venezuela, vecinos de continente y de idioma y donde se amontonan miles de venezolanos que han huido de su patria. El presidente de Méjico les dice que no hay que meter las narices en Venezuela (sic) y Lula, que se quiere hacer pasar por líder regional, les dice en la cara que la elección en Venezuela ha sido normal y tranquila. En la OEA no se ha podido sacar una declaración exigiendo que, por lo menos, se hagan públicas las actas de la votación.
Este episodio de Venezuela vuelve a dejar a la vista un fenómeno general, lo que podría describirse como una conducta autodestructiva de la izquierda. Se vuelve a manifestar hoy una necesidad paradójica de fidelidad a un discurso perimido, que ha probado su fracaso en varias latitudes y épocas, pero que se mantiene como emblema de honor. Los frentistas más lúcidos hablan de las elecciones en Venezuela con medias palabras y cautelas sospechosas: la estafa está a la vista pero el dogma no se puede poner en tela de juicio.
A las izquierdas del mundo en general y al Frente Amplio uruguayo en particular, se le han ido cayendo por el camino a lo largo de los años, uno tras otro, los modelos y los objetos de culto. Empezó con la caída del muro de Berlín y la desacralización de la casa matriz. Entonces la fe se trasladó a Cuba; cuando fue quedando en evidencia que en Cuba pasaba el tiempo y no pasaba nada, nada de lo prometido en términos de hombre nuevo, liberación del capitalismo y progreso económico socialista, entonces dejaron de citar la isla, abandonaron los discursos de un Fidel octogenario y repetitivo y pasaron a arrojarse en brazos de Chávez: la realización del sueño iba a encontrar finalmente su asiento y su verificación en tierras venezolanas.
El dogma, hasta hoy, les impide ver la realidad y hace que el Frente Amplio y la izquierda se emperren en cargar con una promesa devaluada y fundida que los expone a la crítica con enorme facilidad, que les complica en estos momentos su campaña prelectoral… pero allá van ellos, dispuestos a morir “como abrazados a un rencor”, según dice aquel conocido tango. El Frente Amplio es un partido de feligreses: o acatas o te excomulgan.
El Frente mandó un veedor a Venezuela quien al regresar ha dicho que el sistema electoral allá es mejor que el uruguayo. Abdala, jefe del Pit-Cnt, también viajó a Caracas para ver las elecciones y para festejar un triunfo (asegurado antes de abrir las urnas). Ya había hecho otro viaje antes, que lo hizo famoso en la feligresía. Aquella vez contó que había tenido un encuentro personal con Maduro y lo había abrazado y felicitado en nombre del pueblo uruguayo. Doble derrape: ni Maduro merece felicitación alguna ni él, Abdala, representa al pueblo uruguayo (aunque él se la cree).
Y por ese camino y cargando esos “honores” que le complican la vida y obligan a balbuceos de su candidato, marcha el Frente Amplio hacia las elecciones de octubre como abrazado a un rencor. El mismo tango citado empieza: “Está listo, sentenciaron las comadres”. El Mago cada día canta mejor. Están listos.