Las fuerzas políticas republicanas atienden al orden legal mundial sin vacilaciones. Los uruguayos estamos además obligados a mantener vivo el homenaje a los héroes y la leyenda patria que fundan nuestra soberanía y el orden democrático interno.
Lo internacional nos marca conductas por aquello de “dime con quien andas y te diré quien eres”.
Pruebas al canto. En 1966, personalmente -primera juventud- concurría con frecuencia al despacho de Alberto -“Titito”- Heber que presidía a la República, dentro del sistema colegiado, instalado en el Palacio Estévez, en la Plaza Independencia. “Titito” y el gobierno sabían probadamente que la KGB rusa, órgano encargado de planificar la subversión en los países occidentales, dirigía a su sucursal vernácula del partido comunista y a la Central Nacional de Trabajadores, la CNT -una misma cosa- que azotaban al país con huelgas y protestas de todos colores. Heber -soy testigo- no hablaba con los “sindicalistas”. Lo hacía directamente con los responsables de la agitación que eran rusos de la embajada. Y les advirtió que si persistían en su intromisión les expulsaría del país. No hicieron caso y consecuentemente los ”camaradas” Alekseyevuch, Lisofovich, Aleksey y Shvetz, fueron expulsados.
La palabra cipayo refiere a los indios que cuando los nativos peleaban por la independencia de la India, contra la colonización inglesa combatían con el ejército del Imperio británico contra sus compatriotas. Se usa para tratar a quienes traicionan a su país sirviendo a intereses extranjeros. El ejemplo anterior es muestra. Y, su expresión más grave fue el entrenamiento y soporte armado a un ejército clandestino en el país, que como lo señalara el “camarada” Esteban Valenti recientemente se hizo en la década del 60 del siglo pasado en Uruguay para “tomar el poder”.
Rusia sin solución de continuidad tiene una institucionalidad doméstica de tiranía unipersonal brutal con vocación expansionista, establecida por los zares, continuada por Lenin y Stalin y resucitada ahora por Vladimir Putin.
La historia es siempre contemporánea. El genocidio de Ucrania en violación de los fundamentos primeros del derecho internacional público, ultrajando la soberanía de un estado nacional reconocido legalmente por el mundo, responde a la línea de conducta citada. El ataque contra el pueblo, sus casas, sus fábricas, sus monumentos, y en definitiva su hogar nacional, está a la vista del planeta que unánimemente ha alzado su condena al cielo. No hay altruismo, ni ética, ni socialismo a rescatar. Solo un déspota sin escrúpulos acompañado por una banda de bribones “oligarcas” que impúdicamente lucen obscenas y monumentales fortunas mal habidas a los ojos de la humanidad.
Con matices el mundo entero condena inequívocamente a la invasión. En la Organización de Naciones Unidas los apoyos al dolo bélico son mínimas (Bielorrusia, Eritrea y Corea del Norte). En nuestro país el Frente Amplio ha hecho una lavada declaración “contra la guerra y por la paz” que soslaya al cruel horror en curso.
El Partido Comunista -su númen ideológico- desvergonzadamente a su vez ha justificado simuladamente al genocidio en base a estrambóticos fundamentos. Quienes en el próximo plebiscito sobre la LUC votarán la papeleta rosada por el Sí a la derogación, han votado ahora con eufemismos en una urna roja teñida con la sangre mártir del pueblo ucraniano.