No dudo de las buenas intenciones del Gobierno al ampliar las competencias del Alto Comisionado para la Marca España y añadir entre ellas y muy destacadamente "la promoción del español".
Nadie puede dudar de que compartir esa lengua con 570 millones de personas es una ventaja cultural, económica y política muy importante, que a nuestro país le conviene fomentar y reforzar tanto como sea posible. Sin embargo la iniciativa institucional no deja de presentar aspectos bastante discutibles.
Para empezar, la Marca España está especialmente orientada hacia fuera de nuestras fronteras. Por tanto, va a promocionar el español en otros países, lo que no deja de ser una excelente iniciativa, dado el ya notable "tirón" mundial de nuestro idioma. Ahora bien, ¿cómo se compagina este empeño con las aparentemente insalvables dificultades que encuentra el español o castellano para promocionarse dentro de nuestro país?
Se da el caso insólito y singular (ahora que lo pienso, tan original que también podíamos incorporarlo a la Marca España) de que la lengua oficial de nuestro Estado, constitucionalmente reconocida como la única cu-yo conocimiento es exigible para todos y su uso permitido en cualquier ocasión, encuentra trabas más que notables para funcionar como vehículo educativo, de relación institucional, rotulación pública, etc... en varias regiones españolas.
Sin ir más lejos, hace pocos días el Ministro de Educación reconocía ante la prensa la situación de bloqueo legal en que se encontraba para conseguir que el castellano fuese en Cataluña efectivamente reconocido como lengua vehicular en la enseñanza, tal como demandan numerosas familias y es derecho constitucional de todos los ciudadanos.
Me pregunto si el agobiado ministro deberá acudir al Alto Comisionado para requerir que la Marca España le socorra en su apurado trance...
Pero hay otro error de fondo en el —bienintencionado, ya digo— planteamiento ministerial. Convertir el español en elemento patrocinado por la Marca España ofende innecesaria y sin duda involuntariamente a los demás países que tienen oficial y culturalmente esa misma lengua.
El español es asunto de la Marca España, pero también de la Marca México, la Marca Colombia, la Marca Argentina, etc. ... No es fundamentalmente un elemento de singularización sino de íntimo parentesco con otras gentes y otras tierras.
Las amables menciones a la Madre Patria que oímos con frecuencia retórica en los países de Hispanoamérica son gratas a nuestros oídos y también justas en cierta medida pero no debemos creerlas a pies juntillas. Constituiría una arrogante usurpación, como si el huésped al que recibimos con un acogedor "está usted en su casa" se lo creyese al pie de la letra y empezase a vender como propios nuestros muebles...
No, el idioma español toma su nombre originario de España pero hoy no es más propiedad distintiva nuestra que de cualquiera de los veintitantos países en que se habla mayoritariamente. Y donde es más respetado institucionalmente a veces que entre nosotros, todo sea dicho. Ni siquiera de otros como los Estados Unidos, donde ya sirve como instrumento de comunicación general en complementariedad y a veces en competencia con el inglés. Ningún otro idioma nacido en Europa (ni ciertamente tampoco en Asia) tiene semejante destino manifiesto...
Porque no debemos equivocarnos: ni el español ni el inglés son lenguas como las demás. Ya sé que lo políticamente correcto es decir que todas las lenguas son iguales y ello es cierto en tanto que por todas se expresa y demuestra el espíritu de lo humano, del animal simbólico. Pero en otros aspectos se da una diferencia crucial, aunque no sea intrínseca sino histórica.
La mayoría de las seis mil y pico de lenguas que existen son señas de identidad antropológica de los grupos humanos que las practican. Sirven para distinguir etnias, para marcar territorios.
Pero ese no es el caso del español y de unas pocas —poquísimas más— que no son lenguas étnicas sino metaétnicas, de comunicación transnacional, universal. No sirven como emblema de la tribu propia, sino como vía para abandonar las tribus y salir al ancho mundo, a la intemperie humana. Puede que si tal o cual lengua desaparece (porque los hablantes que estaban sociológicamente destinados a utilizarla prefieren otra) suponga una catástrofe para el pueblo caracterizado por ella, pero esa no es la preocupación de lenguas como el español o el inglés, que no son estandarte de un grupo sino instrumento multicultural.
La duración práctica del español, cambiante y polimorfo, está mucho más asegurada que la de la propia España... De modo que no lo jibaricemos convirtiéndolo en marca nacional, porque para eso es para lo único que no sirve, como las águilas no nacieron para poner huevos en los gallineros...