Un grave error

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juan oribe stemmer
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La agresión de Rusia contra Ucrania, como dijera Talleyrand, es algo peor que un crimen, es un error político.

La invasión, que culmina un proceso de actos de agresión contra Ucrania que ya lleva varios años. es una violación del Derecho Internacional, incluyendo el Derecho de la guerra en sus dos dimensiones: el jus ad bellum que se refiere a los motivos o justificaciones de la guerra, y el jus in bello, que es el derecho que regula la forma en que se deben conducir la hostilidades.

Las violaciones, flagrantes, deliberadas y con saña, incluyen crímenes como la destrucción sistemática de ciudades, el bombardeo de hospitales y los ataques contra civiles. La Organización Mundial de la Salud denunció que, hasta el 30 de marzo, las fuerzas rusas habían realizado 82 ataques verificados contra centros de salud. El número de ucranianos refugiados en países vecinos pasa los cuatro millones (incluyendo 2,3 millones en Polonia). A ello se suman los millones de desplazados dentro de Ucrania.

La decisión de Putin, de embarcarse en una “operación militar especial” (un eufemismo suyo para guerra) es el fruto de los delirios geopolíticos de un autócrata que, alentado por sucesivos triunfos anteriores, decidió arriesgarse nuevamente y subir su apuesta. Solo que en este caso calculó muy mal. Por varios motivos.

Primero, subestimó el adversario.

Existe un consenso en que Putin anticipaba que su “operación especial” sería una incursión sencilla contra un vecino dividido y mal preparado. Error. Terminó empantanado en una campaña militar en toda regla, con enormes pérdidas de vidas, material y prestigio. Aún si Rusia derrotase a las fuerzas armadas de Ucrania, luego debería enfrentar la mucho más prolongada y desgastante empresa de dominar un amplio territorio con una población de cuarenta millones que odia al ocupante. En lugar de quebrar a los ucranianos, solamente consiguió consolidar su sentimiento de nación.

Segundo, subestimó a los países europeos. La agresión -sumada a la heroica resistencia ucraniana impulsada, es justo reconocerlo, por el liderazgo de Zelenski- despertó una fuerte ola de indignación, fortaleció nuevamente la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y dio nueva vida a la alianza atlántica con los Estados Unidos.

Un ejemplo de ese cambio es Alemania. Este país se había embarcado en una política que, ahora vemos, era ingenua. Incrementó su dependencia del gas natural importado de Rusia y disminuyó su presupuesto militar. Ahora, Berlín suspendió el proyecto de nuevo gasoducto alemán-ruso Nordstream 2, se lanzó a la búsqueda de fuentes alternativas de energía y se embarcó en un programa de reconstrucción de sus fuerzas armadas.

Tercero, subestimó a los Estados Unidos. La agresión unificó el país en un esfuerzo para enfrentar lo que se percibe como un grave amenaza externa. El presidente Biden, un veterano de la Guerra Fría, está actuando con habilidad tanto en sus relaciones con Europa como en lo interno.

Finalmente, subestimó a la opinión internacional.

Los países perciben a las acciones de Putin como un intento para revisar fronteras existentes y reconocidas por la comunidad internacional con el propósito de reconstruir un imperio muerto. Es un ejemplo peligroso que, de predominar, causará muchas guerras y miserias en todo el mundo.

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