Un cambalache

LEONARDO GUZMÁN

Fue absurdo armar una contrarreloj en la Rambla y no en el Velódromo o el Parque Batlle. Fue disparatado que ciclistas y motociclistas concentraran su adrenalina de ida y vuelta en un solo carril, habiendo dos.

Si la Vuelta Ciclista, ícono nacional, terminó en luto por Marcelo Gracés del Fénix, hubo más que un accidente. Hubo imprevisión, en sentido estricto: faltó visión previa. Y eso en el Uruguay no es fortuito: es secuela normal de la división de la responsabilidad por chacras, que genera cada vez más decisiones sin mirada abarcadora del conjunto. En el lenguaje de los maestros de antes, eso se reprochaba como un quedarse corto y un no pensar. Ahora a semejante método se lo consagra como patente de corso para interponerse entre la gestión y el destino de otros.

Por eso, en la tragedia del domingo debemos ver una nueva confirmación de la laya de desgracias que provoca la laxitud normativa, que llega ya al límite de la anomia -carencia de normas. Cada vez suena más extraño pedirle empuje al pensamiento, haciendo de la conciencia semilla fecunda y no molusco enroscado.

Cada vez se siente menos que las normas deben cumplirse. Sí: en el suelo que, hace 200 años, asentó las Instrucciones en valores universales, se ha injertado un tipo humano acodado en el relativismo, que ignora que la Constitución es la más elevada síntesis de nuestra cultura y representa la definición y el proyecto de cómo estamos hechos y cómo queremos constituirnos como personas, ciudadanos y nación.

Por esa vía, se viene instalando la idea de que la Constitución es a gatas un libro técnico, formal, para controversia de especialistas y no para que vibren los huesos, el alma y la faena. A ese afloje de la tensión normativa han contribuido los planteos que solo ven en el Derecho la conciliación de intereses y que niegan que esté cimentado en los valores de la persona: sentimientos, lógica, razón, amor al bien. Las visiones materialistas inducen a poner desaprensión donde hace falta rigor. Inducen a planificar sin el Derecho; y recién después, con todo cocinado y atado, salir a encargar el marco jurídico, olvidando que el Derecho no es un marco para legitimar sino un cimiento para fundarse, un discurrir para guiarse y una meta nítida para alcanzar.

Y por esa vía se desemboca en cambalaches como el de Pluna y este otro que anteayer echó a rodar Antel, con su decisión de salvar lo que queda del Cilindro, enterrando 45 millones de dólares en un complejo multifuncional. Apenas oído, eso sonó raro por intuición, apoyada en la conciencia -aún vigente- de que el art. 190 de la Constitución prohíbe a todos los Entes Autónomos "realizar negocios extraños al giro que preceptivamente les asignen las leyes" y "disponer de sus recursos para fines ajenos a sus actividades normales".

En un Estado de Derecho, esa norma lapida la iniciativa e interpela a sus autores. Pero no. Se presenta el tema como una polémica más, donde el Presidente de la República, se limita a pronunciar un incoloro vamos a ver, impropio de quien está encargado de hacer cumplir la Constitución y vigilar a los Entes.

Así como la diplomacia no se sustituye por besos fallutos con una "vieja" que "resulta peor que el tuerto", la vida de los pueblos no puede someterse a la veleidosa voluntad de los hombres y exige las seguridades del contrato.

Por eso, nuestro Derecho necesita, urgente, una cura de imperatividad.

Constitución, Antel, Derecho, Mujica

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