Ulysses

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tomás teijeiro
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Ayer, 2 de febrero, además de la fiesta de la Candelaria para toda la Cristiandad, y entre otras cosas importantes que se festejan ese día, se cumplieron 100 años de la publicación de la novela Ulysses de James Joyce.

Quien hoy visite la icónica actual sede parisina de la editorial Shakespeare & Co., que tuvo a su cargo la primera edición de la gran obra, le parecerá que esto es broma. Creerá que Joyce no pudo haberla editado allí, en un lugar con esa impronta, pero es cierto, y esto es así porque las cosas cambian para bien o mal, como le han cantado a Avril.

La vista que desde la misma se aprecia de la maltrecha Notre Dame puede resultar mágica por momentos, y por cierto que el edificio que alberga la editorial - librería conserva su encanto a través de los años. Vale aclarar que no es la sede original, y que el nombre del establecimiento también tuvo un curioso peregrinaje entre Sylvia Beach su fundadora, George Whitman -quien tomó la posta- y su hija. Vale la pena visitarla, claro, siempre y cuando uno se abstraiga de enterarse que se encuentra con las posaderas puestas en una atracción turística de alto calibre con aire de mojón de la intelectualidad consumista posmoderna. Vaya ironía en la broma de mal gusto que el devenir de la historia le juega a semejante lugar por donde ha transitado tanto genio de las letras. El aire perspicaz, bohemio, y distendido que alguna vez dicen que tuvo, se hace humo al instante, cuando se advierte que varios de los personajes con extraños atuendos que están por ahí echados con cara de inteligentes lectores de libros difíciles, son en realidad guardias que espabilan al más mínimo atisbo que cualquier distraído haga de tomar una foto, o utilizar su smartphone para alguna tarea igual de sospechosa.

La puesta en escena actual del lugar, bien valdría un cuento o una novela sobre la inevitable decadencia de bienes y personas. También se podría construir un universo y/o imaginar un viaje sin salir de allí con esos condimentos. No importa, todo eso, es decir la natural caída barranca abajo de las cosas no quita importancia al onomástico. 100 años de Ulysses, 140 años del nacimiento de Joyce, ameritan parar y recordar a una de las más grandes obras del siglo XX, y de todos los tiempos, y a su autor. Pocos han escrito como él. Salvando diferencias, y de manera arbitraria, se me antojan solo dos novelas en español que lo equiparan. Don Quijote de la Mancha, la más grande del mundo mundial, y Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. Las tres tienen en común la genialidad de sus autores, el viaje como tópico real, imaginario, sustancial, o existencial, y el uso de distintas técnicas de escritura que conviven en cada texto para mantener en vilo al lector, y a las historias que se desarrollan a la vista y en forma subyacente. El flujo de la conciencia con el que aún nos sorprenden los textos de Joyce tiene mucho que ver con el inconsciente liberado que se aprecia en obras de Mario Levrero. La composición de ese universo caótico en el que se desarrolla Ulysses y que tan dura crítica le significó en su tiempo, bien podría ser un escenario actual. Nunca la pequeñez tuvo tanto y tan relevante protagonismo. Pero, como dice Don Quijote: “A pecado nuevo, penitencia nueva”. Ya veremos.

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