Cuando en 1994 Leonid Kravchuk accedió a entregar a Rusia las armas nucleares soviéticas estacionadas en Ucrania, muchos lo acusaron de traidor.
Pero al aceptar el traspaso de arsenales atómicos por el cual habían presionado tanto Moscú como Washington y Londres, aquel presidente ucraniano se encargó de que el entonces líder ruso, Boris Yeltsin, reforzara el compromiso de respetar las fronteras alcanzadas por Ucrania en la era soviética que ya había aceptado tres años antes, al firmar el Tratado de Belavezha para disolver la URSS.
Aún siendo favorable a un fuerte vínculo Minsk-Moscú, Kravchuk había logrado un blindaje jurídico para preservar dentro de Ucrania territorios que Rusia había arrebatado al imperio otomano y a kanes turcomanos entre los siglos XVII y XIX.
El respeto a las fronteras aceptado por Rusia y garantizado por Estados Unidos y Gran Bretaña, a través de Bill Clinton y John Major, quedó establecido en el Memorándum de Budapest. Sin embargo, a Vladimir Putin no lo detuvo aquel compromiso. Sencillamente, lo dinamitó al anexar la Península de Crimea y armar hasta los dientes a las milicias pro-rusas de la región ucraniana del Donbáss.
Eso no implica que toda la responsabilidad en esta escalada sea del presidente ruso. Estados Unidos violó el espíritu del Memorándum de Budapest y de las anteriores negociaciones que desembocaron en el final de la Guerra Fría, al expandir la OTAN hacia los dos anillos de protección que componían el hinterland de Rusia. El primer anillo son las ex repúblicas soviéticas, y el segundo anillo el Pacto de Varsovia.
Bill Clinton inició la expansión a la que George W. Bush llevó hasta los umbrales de Rusia.
Putin decidió que ninguna otra ex república soviética se integrará a la OTAN, como lo hicieron en el 2003 los países bálticos. Y esa lógica lo guió frente a los líderes anti-rusos que llegaron al gobierno de Ucrania a partir de la “Euromaidán”, ola de manifestaciones iniciadas en el 2013 contra la suspensión de los acuerdos de Asociación y de Libre Comercio que Kiev había firmado con la Unión Europea.
En estos días, el jefe del Kremlin se dispone a alcanzar nuevos objetivos: el objetivo de máxima es anexar la totalidad de Ucrania; el objetivo de alcance medio es anexar la región del Donbáss o separarla de Ucrania para establecer estados tapones que alejen de su frontera a la OTAN, y el objetivo de mínima es que la alianza atlántica acepte comprometerse a no incorporar jamás en sus filas a Ucrania.
El presidente ruso no puede bajarse de semejante escalada con las manos vacías. Si repliega las tropas que desplegó en la frontera ruso-ucraniana sin haber logrado aunque sea el compromiso de que la OTAN no llegará hasta esas líneas, habrá sido derrotado en la pulseada de palabras y movimientos que está librando con las potencias de Occidente.
Pero si concreta la invasión que blande como una espada para obtener alguno de sus objetivos, corre el riesgo de que las potencias occidentales le respondan en términos militares, además de económicos.
Es imposible predecir el resultado y el alcance mundial de un choque de planetas que podría dirimirse en términos nucleares. Pero si la OTAN limita su reacción a sanciones económicas, las posibilidades de que Putin alcance sus objetivos de máxima son muy grandes. Ocurre que, además de una clara superioridad militar, Rusia tiene abrumadoras ventajas geoestratégicas sobre Ucrania.
El ejército ruso puede ingresar desde su territorio al Este de Ucrania y simultáneamente invadir ese país desde Bielorrusia, en su frontera norte. El déspota bielorruso, Aleksandr Lukashenko, es un vasallo del Kremlin desde que perdió el respaldo de la inmensa mayoría de la población, y está dispuesto a que el ejército de Bielorrusia se sume a las tropas rusas que ya están en su territorio y se preparan para una posible invasión.
Además, puede usar Crimea para lanzar una invasión desde el sur. A esa estratégica península que anexó en el 2014 puede hacer llegar armamentos y contingentes militares a través del puente sobre el estrecho que separa el Mar Negro y el Mar de Azov.
Completando el cerco sobre los ucranianos, Rusia dispone del Transdniéster, territorio que arrebató a Moldavia cuando esa ex república soviética mostró tendencias pro-europeas. Desde entonces, Rusia tiene tropas en la banda oriental del río Dniéster, situada en el sur occidental de Ucrania.
Con ese enclave, Rusia rodea prácticamente el 80% de Ucrania. Sólo en sus fronteras occidentales los ucranianos no tienen talones de Aquiles, porque del otro lado están Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania.
Todo lo demás se parece a una gigantesca mano rusa apretando el cuerpo de Ucrania.