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Two to tango

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Two to tango” es un dicho anglosajón.

De acuerdo con el Cambridge Dictionary se utiliza cuando se pretende enfatizar que para que suceda algo se necesita que dos personas lo quieran.

Como el tango, se requiere dos para bailarlo.

Siempre me llamó la atención esa frase cuando la escuché de estadounidenses y británicos. No por no ser cierta, que lo es, sino por el uso por parte de ellos de algo tan rioplatense como el dos por cuatro.

Como el tango, nuestra Constitución y los resultados electorales imponen que se necesiten dos partes para designar a una cantidad de cargos fundamentales para la vida democrática y el Estado de Derecho.

La Carta requiere dos tercios de votos para designar los miembros de la Corte Electoral, Tribunal de Cuentas, Suprema Corte de Justicia y Tribunal de lo Contencioso Administrativo. En estos dos últimos casos si no se logra dicha mayoría se designa al Ministro más antiguo del Tribunal de Apelaciones. Para designar Fiscal de Corte requiere tres quintos de los votos.

Este celo del constituyente tiene su explicación. Todos estos cargos son en instituciones que no deben ser partidistas al ser esenciales para la República y el Estado de Derecho.

La Justicia, nada menos, el sistema electoral, el control del Estado o la actuación de la Fiscalía deben ser independientes e imparciales.

De ahí la precaución que tan bien funcionó a lo largo de los años de exigir dos tercios o tres quintos de votos para las designaciones. Ello obliga a que oficialismo y oposición se sienten a conversar en el Parlamento para nombrar a ciudadanos en esos cargos.

Durante el período en que nos tocó integrar el Senado de la República, desde la oposición, llegamos siempre a acuerdos para estas designaciones. No por coincidencias ideológicas sino por el interés supremo consistente en que en definitiva el país funcione.

Integramos la Comisión, entre otros, la Señora Topolanski y quien escribe esta columna que, notoriamente, no tenemos la misma visión y pensamiento sobre una gran cantidad de temas. Sí coincidencia en designar a personas que nos dieran la tranquilidad que además de su capacidad fueran ecuánimes e imparciales.

A eso se sumaba la experiencia y disposición de legisladores como Luis Alberto Heber, Pablo Mieres, Carlos Moreira, Constanza Moreira y Monica Xavier. En encarnizados debates nos trenzamos en la Cámara sobre diversos temas pero sabíamos que debíamos encontrar caminos de diálogo sobre estas designaciones para que en definitiva la República y sus garantías continuaran su marcha.

Así renovamos la Corte Electoral no una sino dos veces. Lo mismo el Tribunal de Cuentas. Tampoco esperábamos el vencimiento de los plazos para designar a los integrantes de la Suprema Corte de Justicia y el Tribunal de lo Contencioso Administrativo.

En el período legislativo y gubernamental que termina no se renovaron los miembros de esos organismos. Tampoco se llegó a acuerdos para designar a los Ministros de la Suprema Corte y el Tribunal de lo Contencioso Administrativo sin esperar que asuma el de mayor antigüedad.

Es un debe muy grande que no puede achacarse a tal o cual partido, al oficialismo o a la oposición, sino a todo el sistema político representado en nuestro Parlamento.

No hemos sido capaces de lograr el entendimiento necesario para lograrlo lo que debe llevar a reflexión. Da la sensación que a cada rato se ha cruzado el punto de no retorno, lo que impide llegar a acuerdos.

¿Qué es el punto de no retorno en la política?

Es llegar a posiciones de las que no es posible volver atrás.

En los Estados Unidos se lo explica en forma gráfica con el juego de la gallina que practican jóvenes con sus automóviles. Se colocan a una gran distancia un vehículo frente al otro y avanzan a gran velocidad para ver quien se desvía. El que lo hace es un gallina y el que no, el vencedor.

En ese estúpido juego llega un momento en el que ambos pierden. Es cuando los dos atraviesan un punto en que si uno no se ha desviado el impacto es inevitable. Ese es el punto de no retorno.

En estos últimos años parece que se ha cruzado ese punto de no retorno en nuestra política, lo que no ha permitido llegar a acuerdos para las designaciones. Lo que llevó a que los miembros de estas instituciones ya tengan muchos años en sus cargos.

“Two to tango” es lo que ha faltado. No nos damos cuenta que sin ello pierde el país.

Cuando vemos a ex Presidentes de la República, de distintos partidos políticos, compartiendo una tribuna o viajando juntos al extranjero, nos llenamos de orgullo. Enseguida decimos que eso es un activo de Uruguay y ejemplo para otros de la región.

Eso no debe ser sólo motivo de orgullo. Debe guiar el diálogo para designar los miembros de organismos vitales para nuestro Estado de Derecho.

Claro que para ello se necesita la voluntad de dos partes, oficialismo y oposición, como en el tango.

Ese género musical que Enrique Sántos Discépolo definió como “un pensamiento triste que se baila”.

Será triste pero se tiene que bailar.

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