Una de las características interesantes de la historia de Montevideo es que no existe, o no se ha encontrado aún, un acta o documento formal de su fundación. A falta de algo mejor hablamos de un proceso fundacional que comenzó en los meses de diciembre de 1723 y enero de 1724, cuando los portugueses se instalaron en la inhóspita península y don Bruno Mauricio de Zabala los desalojó sin mucha ceremonia, y culminó en 1730, cuando se instalan las primeras autoridades de la ciudad. Esa ausencia refleja la escasa importancia de la población. Montevideo vivió en la pobreza por décadas hasta que, como resultado del Reglamento de Comercio Libre de 1778 se abrió a la navegación y el intercambio con los puertos habilitados en España. Y el contrabando con los puertos del Brasil portugués.
Una cosa es la bahía y otro el puerto. Los documentos españoles distinguían entre esos dos elementos. Antes de 1724, la bahía de Montevideo fue un sitio más o menos protegido de la costa Norte del río donde podían fondear los escasos buques de registro que llegaban desde Cádiz, las fragatas del Asiento de la Compañía del Mar del Sur, y las sumacas portuguesas en los tráficos entre Brasil y Colonia del Sacramento, para realizar reparaciones, abastecerse de agua potable y leña, y esperar por los prácticos que habrían de conducirlos aguas arriba. También era un amparo para los buques obligados a abandonar su intento de doblar el Cabo de Hornos para llegar a los puertos españoles sobre el océano Pacífico, o en su tornaviaje, agotados por la desigual lucha con las fuertes tormentas del océano austral.
Pero no era un puerto.
Un puerto es, además de un lugar de refugio, es un punto de transbordo de cargas, personas, correspondencia y valores entre dos modos de transporte, el acuático y el terrestre. Una definición clásica es que es una “ensenada defendida por el arte o la naturaleza contra la impetuosidad de los vientos y de las corrientes, y contra el ataque de los enemigos, donde puedan realizarse con seguridad todas las operaciones relativas al armamento, o desarmamiento, a la construcción y reparación de los navíos”.
Recién a partir de 1724, cuando se instaló una guarnición permanente española y un pequeño núcleo de pobladores es posible hablar de un puerto. Esa presencia humana permanente hizo necesario mantener una navegación fluvial regular con Buenos Aires mediante las lanchas del río, y atrajo las esporádicas escalas de buques de registro.
Primero fue el puerto luego la ciudad. Luego vino la Banda Oriental.
El lugar donde se cristalizó ese primer puerto fue una de las ensenadas de la costa Norte de la península que las cartas de la época designaban Puerto Chico. Este lugar, hoy sepultado bajo el puerto inaugurado en 1909, se encontraba aproximadamente entre los puntos donde las calles Treinta y Tres (conocida en la época española como de San Joaquín o Calle de los Pescadores) e Ituzaingó (San Juan) cortaban la costa que seguía, para tener una idea, la acera Sur de la actual Rambla 25 de Agosto de 1825.
El último momento de esplendor del Puerto Chico fue la entrada en servicio del Muelle construido por el Consulado de Comercio, en 1824.
Pocos años después se produjo la independencia del nuevo Estado Oriental y la actividad portuaria comenzó a desplazarse hacia el Oeste, en busca de aguas más profundas.