Conviene hacer un repaso del año que termina. Lo primero a destacar (como favorable) es que parecería no haber estallado la III Guerra Mundial. Tampoco explotó la gran central nuclear de Zaporiyia en Ucrania (6 reactores). La economía del mundo se ha recuperado del Covid y se encuentra más o menos estabilizada. Han vuelto a hablar Biden y Xi. La inflación está descendiendo, aunque todavía en altos niveles que necesitan ser reducidos. Y en nuestra zona hubo un vuelco importante. Llovió y ganó las elecciones Milei, un liberal o libertario, como se le quiera llamar.
Las noticias sobre cómo se desarrolla la guerra causada por la invasión rusa de Ucrania no son nada buenas desde el punto de vista ucraniano. La muy anunciada contraofensiva de Ucrania para la pasada primavera/verano europeo ha tenido magros logros y mucho desgaste para ambos bandos Pero Rusia es 5 veces más que Ucrania (población, recursos, industria etc.) y tiene una larga tradición conquistadora. Ahora está agazapada esperando avanzar en el momento oportuno.
Los estrategas de sillón, como los interesados en aprovecharse del conflicto, pronosticaban un posible triunfo de la víctima. Es evidente que estuvieron errados. Han leído poca historia y desoído a gente como Henry Kissinger que proponía hace un año y medio, una importante acción/presión diplomática para lograr rápidamente un alto el fuego y persuadir a las partes de negociar. Por más desagradables y repugnantes que sean esas conversaciones para los ucranianos.
Hoy Putin está mucho más firme que Zelenski en el poder y los apoyos de este último están flaqueando. Los republicanos en el Congreso norteamericano le restan apoyo. La promesa de ayudarlos con lo necesario para luchar contra los invasores por parte de EE. UU. (*), se ha desvanecido.
Para colmo, los esfuerzos del apoyo de Occidente a Ucrania han sido distraídos, al surgir la guerra entre Hamás e Israel a consecuencia de un ataque terrorista, en gran escala. Donde murieron 1.200 judíos y se tomaron unos 230 rehenes, algunos felizmente ya canjeados gracias a la intervención de Qatar y la Cruz Roja.
Según entendidos, Israel sabía que se estaba preparando este atentado, aunque la fecha no había trascendido ni tampoco su alcance. Supuestamente, el servicio de inteligencia egipcio también alertó a Israel de su inminencia.
Total que finalmente ocurrió y de forma terrible. La respuesta no se hizo esperar mucho y es una venganza masiva, contundente, todavía en desarrollo.
El objetivo enunciado por Netanyahu, el primer ministro israelí, es el de liquidar a Hamas, cosa nada fácil. En el proceso se estima que han muerto ya unos 16.000 árabes (de los cuales 5.000 son combatientes y el resto civiles, a causa de los bombardeos). El hecho que la franja de Gaza sea una zona densamente poblada lo hace inevitable dada la magnitud de la respuesta israelí.
Hasta hace poco, habían sido desplazadas de sus casas unas 1.900.000 personas (85% de la población). La gente del norte de Gaza huyó al sur según las recomendaciones del ejército israelí para evitar bajas civiles. Ahora han sido advertidos de que deben ir al norte (eliminada la amenaza de Hamas allí.) Imaginemos la marea humana desplazándose entre cascotes y edificios derruidos, automóviles quemados, obviamente a pie, niños en brazos de sus madres, otros heridos, sin suficiente agua ni alimentos. Una catástrofe humanitaria que afecta a 2.300.000 porque Hamas no solo tiene 130 rehenes que capturaron en Israel sino que posee más de dos millones de rehenes. La mayor parte de la población de Gaza que querría vivir en paz, progresar, gozar de su familia, educar a sus niños, alimentarse, tener agua y electricidad, hoy sobreviven a la intemperie, chupando el frío del invierno que llegó. Sucios, defecando entre los escombros y restos humanos. En este momento -mientras escribo- estos pobres pobladores deambulan de un lado a otro, esquivando explosiones y mirando muy de cerca a la muerte que puede estar esperando detrás del próximo boquete en el sinuoso sendero hacia no saben dónde.
Quizás valga la pena describir al lector algo de la zona del conflicto. La Franja de Gaza está situada entre Egipto e Israel y el mar mediterráneo. Comprende 365 km2 y en ella sobreviven unos 2.300.000 personas. Altísima densidad de población. Si lo comparamos con el Departamento de Montevideo, vemos que nuestro terreno es bastante más grande, 550 km2 y tiene 1.138.000 personas. Prácticamente la mitad de las que viven en toda Gaza.
¿Qué buscaba Hamas al provocar a Israel de esa forma? Romper el “statu quo”, aparte de entorpecer los esfuerzos del avance geopolítico de su rival. Se esperaba el inminente anuncio de plenas relaciones diplomáticas entre Saudí Arabia e Israel, ahora frustradas. Quieren llamar la atención del mundo con la mísera situación y convocar a sus hermanos a la guerra. Menuda forma de hacerlo. Miseria había, pero lo que ahora viven es algo más terrible y triste que lo anterior. Por ahora nadie se ha plegado al implícito llamado, excepto las acciones de Hezbola en la frontera del Líbano.
Desde hace años, Israel que tiene el sartén por el mango, se ha ocupado de manejar la situación de Gaza y el resto de Palestina. Patean el problema afuera del campo de la negociación y expanden el dominio sobre el territorio poblado por palestinos y expulsan ocasionalmente a sus habitantes.
No se ha enfrentado seriamente la búsqueda de un camino a la solución del espinoso problema que permanece abierto como una herida. Conformar dos estados independientes y soberanos (*) con fronteras coherentes en esa región y que coexistan en paz, es el gran desafío y factible solución. Uno árabe-musulmán y otro israelí. Un asunto nunca resuelto que fue recordado por el presidente Biden, en su reciente visita a la zona.
Si esto no se logra, tampoco deberíamos sorprendernos de brotes de resentimiento y crecientes actos de terrorismo en la zona y en el resto del mundo.
(*) “Whatever it takes.”
(**) “The two states solution.”