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Tinta Resentida

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Montevideo es una ciudad que podría ser bastante linda. Sin dudas tiene unas pocas zonas muy bellas -a nivel de belleza europea-, y otras con un gran potencial pero que están muy venidas a menos. Un elemento que contribuye a la dejadez y desidia que transmite una buena parte de la deprimente y melancólica Montevideo es la abundancia de grafitis. En las zonas centrales y muchas otras, son pocos los muros que se salvan de estas marcas.

El problema se discutió cuando recientemente aparecieron grafitis en algunos edificios del centro. Como todo en el Uruguay, se transformó en un problema politiquero, cayendo la responsabilidad en la intendencia y, particularmente, en la intendenta. Esto es una expresión de nuestra forma de ser más auténtica como uruguayos, ya que el estado es nuestro referente para absolutamente todo: es ese Otro que nos resuelve los problemas, da seguridad, nos dice qué hacer, qué sentir; es la entidad en el que tantos depositan su fe, se arrancan los ojos por ser parte de él, y que además suele otorgar el carácter de celebridad uruguaya.

Lo que se planteó fue que las pintadas que aparecieron en esos edificios eran un ataque a la propiedad privada -lo cual es cierto-, pero quiero proponer que más que nada fueron un ataque a lo público. El grafiti es una agresión contra el mundo en común y atañe a una emoción colectiva que es característica del sentir uruguayo y de muchas otras sociedades: el resentimiento. El grafiti, en la mayoría de sus expresiones montevideanas, creo que es una manifestación de esa emoción.

El examen más conocido del resentimiento quizá sea el de Nietzsche en Genealogía de la moral, cuando describe a la moral cristiana como la transvaloración producto del resentimiento de los débiles frente a los individuos vitales. Pero, quiero proponer otra visión más iluminadora para entender el problema del grafiti, que es la definición del filósofo Max Scheler (1874-1928) en su libro Ressentiment. Este filósofo define al resentimiento como “un auto-envenenamiento de la mente que tiene causas y consecuencias bastante definidas. Es una actitud mental duradera, provocada por la represión sistemática de determinadas emociones y afectos que, como tales, son componentes normales de la naturaleza humana. Su represión conduce a la constante tendencia a caer en ciertos tipos de delirios de valor y de sus correspondientes juicios de valor. Las emociones y afectos más profundamente implicados son la venganza, el odio, la malicia, la envidia, y el impulso de desmerecer.”

De acuerdo a Scheler, entonces, los sentimientos de resentimiento pasan a ser una actitud frente a la vida, una forma de ver y de juzgar el mundo. En parte, proviene de una sensación de injusticia, donde lo que se percibe subjetivamente como merecido no se obtiene, u otros adquieren algo codiciado de una forma injusta e inmerecida. Suele venir de las comparaciones que hacemos con otros, es decir, tiene una fuente de valoración relativa a un sentimiento de inferioridad.

El hecho es que el hacer dibujos en paredes ha existido desde el origen de la civilización ni bien los seres humanos empezaron a pintar figuras en las cavernas. Pero hay que establecer ciertas distinciones y matices ya que no todos los grafitis son iguales ni transmiten lo mismo. Existen aquellos que son destructivos, y contribuyen a hacer Montevideo más fea -y que creo son expresiones de resentimiento- como ser los que se hicieron en los edificios del centro, el tagging, los ideológico-políticos, y futboleros. Por otro lado, están aquellos que se podría decir que embellecen y entran en otra categoría (como ser el retrato de Benedetti en frente al Palacio Legislativo).

De acuerdo a la evidencia internacional, son hombres jóvenes quienes producen la mayoría de grafitis (quizá haya una diferencia dentro del tipo de grafiti, pero eso es una pregunta empírica específica para nuestro país). Se manejan teorías como la de las subculturas juveniles, del desarrollo psicosocial, o de la masculinidad para entender este tipo de comportamiento. Pero, un factor clave, es la búsqueda de reconocimiento de otros; o, en sociedades seculares, el reconocimiento de uno mismo en una realidad únicamente material y explicada científicamente, sin sentido y alienante. En el caso de Uruguay, hay que sumarle la desigualdad y las escasas oportunidades para el ascenso social que otorga el país. El deseo de ser reconocido es inseparable del ser humano. Hegel planteó que es tan importante que se arriesga hasta la vida en ello, ya que a través del reconocimiento nos constituimos como personas.

Otra faceta del resentimiento para Scheler es que los valores se vuelven subjetivos. Nos volvemos incapaces de reconocer una jerarquía donde hay cosas que son objetivamente mejores y otras peores. A través de esto es que el escritor inglés C.S. Lewis decía que se produce la “abolición del hombre”, en la cual la educación es gran responsable, y donde el resultado es la creación de individuos manipulables y controlables. El resentimiento se expresa como la afirmación y valoración de algo no por sus cualidades intrínsecas, sino con la intención no reconocida de denigrar otra cosa. Sería como decir: “La belleza no existe y por lo tanto no importa; está en el ojo que la mira”. Pero la belleza objetivamente nos demanda que la reconozcamos y nos dobleguemos a ella. El hacer un tag o una pintada política en una pared de un edificio de los lindos en Montevideo (no de esas “máquinas para vivir” modernas y descartables que están apareciendo por todos lados en la ciudad y que expresan la parte nefasta del capitalisno) es una venganza frente a un mundo que se revela como sin valor y sin sentido, que no da oportunidades, o donde el valor es el de expresarse y “ser uno mismo”.

Montevideo podría ser una linda ciudad (dejando de lado el evidente problema de la desigualdad). Es vergonzoso ver a los miles de turistas que nos visitan en los cruceros en la temporada caminando por una ciudad vieja, grafiteada y sucia. Quizá la intendencia no haga bien su trabajo, pero el problema de fondo creo que es existencial y previo a la política. Es que somos resentidos.

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