Luciano Álvarez
Su nombre no era Henry Morton Stanley; esta es una de las pocas seguridades que tenemos de su vida y aventuras. Nació en Gales en 1841 (fue inscripto como "John Rowlands bastardo") su padre murió cuando tenía seis años y su madre lo depositó en un asilo. A los 17 practicó un dramático escape, cruzó el océano y desembarcó en Nueva Orleáns. Ésta es su versión. Investigaciones contemporáneas agregan que habría recibido una aceptable educación, que acompañó de voracidad lectora.
En los Estados Unidos, por razones que ignoramos cambió de nombre al menos seis veces, hasta que fue contratado por el comerciante Henry Stanley; a la muerte de su patrón se quedó con su nombre y le agregó el "Morton".
Se enroló en la Guerra de Secesión como soldado en el ejército del Sur; luego se pasó oportunamente al Norte. Terminada la guerra viajó por el oeste americano, se convierte en periodista, fue contratado por el New York Herald y cubrió conflictos en Turquía, España y Etiopía. Le va bien, es audaz y emprendedor y su prosa sabe vender historias.
En 1869 está en París junto a su patrón, James Gordon Bennett, Jr. Intuyendo una buena historia le dijo: "encuentre a Livingstone", los gastos eran lo de menos.
David Livingstone, el otrora célebre explorador ya no era noticia desde que África se lo tragara por última vez, en 1866. Para muchos estaba muerto; incluso los diarios habían publicado breves necrologías.
El desenlace es legendario. En Zanzíbar, Stanley compró 6 toneladas de material, contrató 192 portadores e inició un viaje de mil kilómetros y 236 días que terminó el 10 de noviembre de 1871, en Ujiji, un pueblo junto al lago Tanganyika.
Vestido con un impecable traje de franela se dirige, paso firme y bajo una bandera de los EE.UU., hacia el hombre que acaba de salir de una casilla, envejecido y enfermo. Se saca el sombrero y pronuncia las cuatro estudiadas palabras que ha preparado y ensayado durante meses: "Doctor Livingstone, I presume?"
Stanley pasará cinco meses junto al misionero y explorador, mientras prepara el regreso a Londres con el gran trofeo de su aventura. Pero Livingstone, envejecido y cansado, se niega a seguirlo.
Un plan se cambia por otro. Sin el referente a la vista podrá trazar un retrato entusiasta de Livingstone, lejos del frágil y descorazonado hombre que en realidad era. Tiene una risa "contagiosa", "un espíritu y una vivacidad increíbles", escribe.
"Cómo encontré a Livingstone" fue publicado en Inglaterra a principios del verano de 1872. Con este libro, con sus artículos en el New York Herald y los cinco volúmenes del Diario que Living-stone le había confiado, Henry Morton Stanley se convirtió en una muy bien remunerada celebridad.
Dos años más tarde el escritor exitoso planea sus propias aventuras. El New York Herald y el británico Daily Telegraph financian una expedición para encontrar las fuentes del Nilo, la obsesión que había llevado a Livingstone a la muerte, un año atrás.
Pero sus objetivos son muy otros. Livingstone era un autén-tico misionero enamorado del África y su gente, Stanley quiere ser conquistador.
La expedición, compuesta por 300 porteadores africanos y 4 europeos, fue una larga deriva de tres años, terminada en agosto de 1877 al llegar a la desembocadura del río Congo, en el Atlántico.
Había probado que existía una eficaz vía de acceso al interior de África Central. En el camino murieron la mayor parte de los miembros de la expedición, incluidos dos de sus compañeros occidentales,
Stanley maltrataba, amenazaba -incluso llegó a asesinar- a cualquier miembro de la expedición que contrariase sus órdenes y arrasó poblados congoleños por mera sospecha de hostilidad. Su conducta iba demasiado lejos, aún para la mentalidad colonialista: y la popularidad de Stanley cayó en picada.
Por eso cuando propuso al gobierno británico la colonización del Congo, nadie estuvo dispuesto a apoyarle. Un año más tarde, Stanley llevó su plan a Leopoldo II de Bélgica. Éste, que era menos un rey que un hombre de negocios, le encargó la creación de un nuevo estado que sería su propiedad particular.
Stanley volvió a mostrarse brutal. No dudó en utilizar mano de obra esclava, pese a las leyes internacionales. Bajo su super- visión, que duró hasta 1884 y dejó miles -en realidad millones- de muertos, se construyeron fuertes y nuevas ciudades a las orillas del río Congo como Leopoldville, la futura Kinshasa, unidas por el ferrocarril que llevaba hasta el mar interminables cargamentos de marfil y caucho.
Cuando en la Conferencia de Berlín (1884-1885) los europeos se repartieron el África, Leopoldo II obtuvo el reconocimiento de su propiedad sobre el Estado Libre del Congo, cuyas fronteras había trazado, con ayuda de Stanley, en agosto del año anterior.
A Henry Morton Stanley todavía le esperaba una última aventura. Se trataba de rescatar a Mehemet Emin Pasha, un naturalista y físico que en realidad era un judío alemán llamado Edward Schnitzer y se encontraba en la disputada región de Sudán.
Había sido nombrado gobernador de una provincia, luego se convirtió al Islam -o aparentó hacerlo- y declaró su independencia bajo el nombre de Ecuatoria.
Aparentemente Emin Pasha se encontraba asediado por el caudillo islámico El Mahdi, que había comenzado por sitiar Kartum y hacer rodar la cabeza del gobernador Gordon.
Con una opinión pública inglesa movilizada por la prensa, con el respaldo de grandes intereses económicos británicos y el de Leopoldo II, -Stanley estaba bajo contrato con el rey- se montó una nueva expedición, que batió nuevamente el récord como la mayor y mejor equipada de la historia. Stanley estaba recuperando su popularidad.
El 21 de enero de 1888 partió de Inglaterra y luego de cuatro meses, recibió una carta de Pasha en la que se daba por enterado de la expedición de rescate y le decía que lo esperaba junto el lago Alberto.
No sabemos si repitió su frase célebre o inventó otra, lo cierto es que el encuentro estuvo lejos de ser lo que imaginaba. Emin Pasha brindó con el champagne que Stanley se había traído, no admitió estar en una situación difícil ni estaba dispuesto a "ser rescatado" y menos aún ceder su soberanía a Leopoldo II o a sus socios.
Se dice que Stanley intentó rescatarlo por la fuerza, esto es, secuestrarlo, pero su intento falló y tuvo que volverse con las manos vacías. Las críticas volvieron a llover cuando se hicieron públicos los tremendos gastos de la expedición y las violencias habituales del aventurero.
Pero Henry Morton Stanley mantenía la letra impresa como su mayor aliado. De modo que publicó otro éxito editorial: "Viaje al África tenebrosa" donde relataba su aventura con Emin Pasha.
Luego se casó con la artista galesa Dorothy Tennant, tuvo una breve y oscura carrera política y murió en Londres el 10 de mayo de 1904.
Fue enterrado en la iglesia de St. Michael, en Surrey, donde una enorme losa de granito narra sus hazañas, supongo que limitadas a su mejor versión.