El “Efecto Temu” es un capítulo más de los cambios repentinos que hemos tenido en la forma de adquirir productos y servicios, sumándose a Netflix, Uber, Airbnb, Spotify, Booking, Amazon o Mercado Libre, PedidosYa, entre otros.
En todos estos casos las formas convencionales de comercializar productos o servicios fueron afectadas, desafiadas y obligaron a un debate social y político, siempre incapaz de mantener el ritmo que el cambio tecnológico impone.
En ese contexto, las ventajas para el consumidor, en detrimento de las formas tradicionales, han generado una dicotomía entre libertad económica e intervencionismo estatal. Pero la realidad es que hoy conviven taxistas y ubers, hoteles y Airbnb’s y locales comerciales y Mercado Libre. Los consumidores se benefician y la competencia se da en términos más justos.
Ahora bien, volvamos a Temu. El modelo Temu, de la misma manera que lo hicieron las demás empresas mencionadas, presenta desafíos en varios países. Procurar competir contra la industria manufacturera china no es un desafío exclusivo de Uruguay. Pero de allí a pretender que con el cobro de IVA a las compras a Temu se va a proteger a una PYME uruguaya, es ignorar lo que realmente nos hace poco competitivos.
La injusticia en los términos de Temu sobre los de una empresa uruguaya va mucho más allá del IVA o el no pago de un arancel. La injusticia radica en los costos de mantener operativa una empresa en Uruguay, cumpliendo con toda la normativa vigente: ese es el tema de fondo.
Para que una empresa pueda funcionar en Uruguay debe pagar tributos nacionales y departamentales. Debe contratar servicios donde el Estado es deficiente, como seguridad. Debe cumplir con reglamentación laboral, que incluye inversiones en seguridad y salud ocupacional de sus trabajadores.
Dependiendo de su actividad, deberá contar con habilitaciones y registros varios, muchas veces duplicados entre el Estado e intendencias o entre intendencias. Deberá ser responsable de la gestión de sus residuos y en muchos casos de la disposición final de aquellos productos que comercializa (ejemplo envases o basura electrónica).
Pero como el Estado uruguayo es muy bueno para exigir, pero ineficiente en sus procesos, el costo de cumplir con toda la reglamentación va mucho más allá del pago de tasas e impuestos. Para que una empresa, fundamentalmente mediana o pequeña, pueda cumplir con toda la batería de exigencias, tendrá a su dueño haciendo malabares y deberá contratar un ejército de asesores, gestores, técnicos y servicios tercerizados. Una empresa de mayor porte podrá contratar profesionales con dedicación completa para estos asuntos, además de asesores. El costo de permanecer abierto es enorme, y supone incontables horas de trabajo y trámites frustrantes e interminables.
Ante este escenario ¿Cómo entonces no van a empezar a cerrar jugueterías? Si para poder comercializar un juguete, además de todo, hay que tramitar certificaciones y habilitaciones especiales que garantizan la seguridad de estos. ¿Cómo no van a costar una fortuna los juguetes en Uruguay?
En consecuencia, no debería entonces sorprender que cada vez haya menos competencia y que la industria, retail y comercio se esté concentrando cada vez más en grandes grupos económicos. Es extremadamente difícil que una pequeña empresa, o emprendimiento artesanal, pueda cumplir con todo. Esta falta de competencia permite luego actitudes abusivas por parte de las empresas.
Aun así, los consumidores nos rebelamos ante esto, valoramos la oferta local, el bar o café del barrio, o el productor artesanal. Pero, lamentablemente, son pocos los que sobreviven. El costo y desgaste de permanecer operativo no les termina valiendo la pena.
En lo personal, creo que el sistema de franquicias de importación es algo positivo, fundamentalmente en un mercado tan pequeño como el nuestro, ya que muchas veces permite acceder a productos que ni siquiera están disponibles. De la misma manera, entiendo, también sirve como control de precios en aquellos casos donde están habiendo actitudes abusivas por parte de comerciantes que tienen una posición demasiado dominante.
De todos modos, esto no quita que para muchos rubros el sistema no sea desafiante e injusto. La realidad es que, así como el e-commerce no mató a las tiendas o supermercados, y los obligó a reinventarse, abriendo canales online o dando una mejor experiencia de compra presencial, Temu tampoco debería matar el comercio local. Lo que no puede suceder es que exista una diferencia tan marcada en las reglas de juego. Se necesita mucho más que ajustar el IVA.
En definitiva, el costo (muchas veces oculto) que la reglamentación y burocracia tiene en la actividad comercial es algo que debe atenderse con urgencia. La solución no es aumentando el costo de la competencia, es mejorando la capacidad de competir. Hoy en día cuesta lo mismo hacer un surtido en Suiza que en Uruguay. Sí, Suiza.
Cuando se cruce con un pequeño productor, emprendedor artesanal, o el dueño de una PYME, felicítelo, realmente, se lo merece.