Salir de la pesadilla

Julio Mario Bergara asumirá como intendente de Montevideo y gobernará el departamento por otros cinco años. Su responsabilidad es enorme por cuanto implica hacerse cargo de la capital del país.

Su partido viene cumpliendo esa tarea desde 1990 y no lo ha hecho bien. El deterioro, la mugre y el clima hostil que caracteriza a la ciudad se convirtió en un drama. Y si bien los candidatos frentistas pasaron por alto esa realidad no menor, es probable que alguien como Bergara sepa bien cuál es la situación que enfrenta.

Es difícil entender por qué un porcentaje tan alto de montevideanos insiste en darle otra oportunidad a quienes fracasaron en forma reiterada. Un motivo es que por haberse acostumbrado, mucha gente dejó de ver el deterioro en que vive. En una reciente columna, Juan Martín Posadas dio otra interesante explicación. El voto montevideano es por identidad. Ni siquiera es ideológico, sino que “es” por aquello que hace al votar y no por su propia esencia, sus proyectos, su familia y sus amigos. Parafraseando a Descartes: “voto al Frente, ergo sum”.

Bergara asumirá con la obligación de revertir la aguda decadencia de Montevideo. Ya no es un tema de qué hubiera pasado si ganaba otro candidato. Hay cosas que urge hacer, le toca a él y no se puede esperar más.

Desde 1989 se probaron diferentes mecanismos para resolver lo de la basura. Algunas ideas, en el papel, eran buenas. En los hechos resultaron un fiasco. Es que el problema está en otro lado. Si la atención no se dirige hacia los hurgadores y hacia aquellos vecinos que poco les importa la limpieza, no habrá mecanismo que valga. Habría que preguntarse si el nuevo intendente tiene un contenedor a metro y medio de su ventana. Solo así podría entender lo que significa esta pesadilla.

Durante la campaña los candidatos propusieron diversas y mágicas soluciones, ninguna creíble y menos la de Bergara, que quiere que cada casa tenga su propio contenedor para sacarlo a la hora que pase el camión, como si nadie trabajara ni saliera a hacer mandados.

A la limpieza habría que sumar el aspecto general de la ciudad. Los grafitis son para algunos la libre expresión del artista aunque van contra el derecho del propietario a mantener la fachada de su casa. Allí arte, nunca hubo.

Durante la anodina gestión de Carolina Cosse comenzó el cambio de luminarias. Pero se hizo poco. Se da la paradoja que en casi todos lados los focos se encienden, pero no dan luz. O bien tienen poca potencia o bien los tapa el follaje de los árboles.

Ya nadie cree en las promesas referidas al transporte público. Sigue siendo un sistema desordenado e incómodo, tanto en buses como en taxis. Se habla, desde tiempos inmemoriales, de trenes suburbanos y tranvías ágiles, pero nos resignamos a que soluciones dignas de una ciudad moderna acá nunca llegarán. ¿Se animará Bergara a afrontar el tema?

El otro drama es el pésimo estado de las veredas. El candidato coalicionista, Martín Lema, propuso mejoras masivas en el entendido de que era responsabilidad de la Intendencia y no del vecino. Para una gestión que dice estar atenta a lo social, un proyecto así generaría genuinas fuente de trabajo. Si además se pone fin a las baldosas y se extiende el uso de los panes de cemento, la tarea se simplifica (es simplemente echar la mezcla) y se termina con la incómoda “baldosa floja”. Hay que cuidar las calles y las vías para ciclistas, pero además hay que pensar en el castigado peatón.

Montevideo tiene un atraso de 60 o 70 años en mejoras de calles, ensanche de avenidas y actualización de plazas y parques. Lo hecho en estos 35 años son apenas remiendos urgidos por la necesidad. Solo durante la gestión de Daniel Martínez se invirtió en trabajos indispensables que ayudaron a cambiar el aspecto y la fluidez de la ciudad. Pero el atraso es tal que no alcanzaron. Sería frustrante si el nuevo gobierno pensara que con pintar algunas franjas de verde para los ciclistas, se transformó Montevideo.

Quizás la cuestión más complicada a atender sea que la ciudad luzca linda. Con solo limpiarla se lograría parte de ese objetivo, pero no todo.

Las gestiones frentistas se caracterizaron por un generalizado mal gusto. Se desconoce que las soluciones deben ser diferentes según el espacio a cubrir. Las columnas de luz, por ejemplo, responden a un estilo si se colocan en una avenida moderna y a otro si esa avenida tiene un aspecto más clásico.

Los permanentes cambios en las normas de ordenamiento urbano afearon la ciudad de forma irreversible. Cambian las pautas para altura o retiro lo que deja al desnudo altas paredes linderas.

Si nos atenemos a los antecedentes, nada de esto (ni de otros asuntos que reclaman urgente atención) será prioritario para la nueva administración departamental. Pero Montevideo no puede esperar más. A esta altura no importa quién haga lo que urge hacer, con tal que la ciudad salga de esta pesadilla y los montevideanos puedan vivir mejor.

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