"Aquí nació y murió Pedro Calderón de la Barca”, indica una placa de mármol en el N° 61 de la Calle Mayor de Madrid. Es un edificio de fines del siglo XVI, de tres plantas, fachada angosta e impoluta. Bien puede ser el punto de partida de una recorrida por el maravilloso casco histórico de la capital de España.
Toda la ciudad es un regalo para los ojos de los turistas y de los madrileños que no ocultan su orgullo por una capital que deslumbra. Es que Madrid, como pocas, ha sabido conciliar su riquísima historia con la revolución tecnológica de estos tiempos sin perder, en muchos de sus barrios lejos de las grandes avenidas, la parsimonia de los pueblos pequeños.
Su población es casi la misma de todo el Uruguay: 3.400.000 habitan-tes, y cada año la visitan más de 11.000.000 de turistas. Este aluvión de extranjeros está generando problemas de vivienda a los más jóvenes.
Por donde se la mire y se la camine, Madrid impacta. Su limpieza, el cuidado de sus parques y avenidas enjardinadas, la eficiencia del transporte público, las calles y las autopistas que agilizan un tránsito intenso, y la iluminación por las noches, hablan de una ciudad pensada y al servicio de sus habitantes. El Ayuntamiento es el responsable de que todo funcione y bien. Solo daré dos cifras para respaldar lo antedicho; el Departamento de limpieza y jardines del gobierno de la ciudad cuenta con 2.500 funcionarios, y suman 1.000 las personas que figuran en la plantilla de la División Cultura, Turismo y Deporte.
También sorprende el mantenimiento de las fachadas de los edificios, no solamente en el Centro y casco histórico, sino en barrios otrora obreros como La Latina o Lavapiés. Desde hace años, el Ayuntamiento financia y subvenciona el mantenimiento de los edificios particulares, sean antiguos o modernos. El resultado está a la vista: no se ve un solo grafiti y todas las construcciones parecen recién estrenadas.
Caminar por la Gran Vía al finalizar la jornada y los fines de semana, es zambullirse en una romería que viene y va y en la que se escuchan voces que hablan idiomas de los cinco continentes. La gente anda despreocupada, porque la seguridad es otra de las virtudes de Madrid.
La aventura se prolonga desde Princesa a Cibeles y la experiencia es similar si uno elige la calle de Alcalá para llegar a la Puerta de Alcalá, en la que muchos entonan la canción que hicieron famosa Ana Belén y Víctor Manuel. Y si la caminata se extiende por el Paseo de Recoletos o del Prado, el disfrute se prolongará por un parque angosto y extendido colmado de árboles y flores que nadie osa arrancar o dañar, lleno de bancos en los que los transeúntes buscan reparo en las tórridas tardes de verano.
¿Cuál es el secreto para que la capital española despierte la admiración de todos? Sin dudas el amor y el respeto que por ella sienten sus habitantes, pero fundamentalmente el trabajo de décadas de buenas administraciones municipales que se han sucedido en los casi cincuenta años de Democracia.
Hoy más que nunca tienen renovada vigencia las palabras que, hace casi un siglo, escribió Ernest Hemingway: “Madrid es la ciudad más española de todas, la mejor para vivir, la de gente más refinada…”.