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Partidos, familias y quimeras

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A medida que se acercan las elecciones, la necesidad de una coalición para ganarle al Frente se hace más palmaria y, con ella, renace un viejo tema:

“¿Tienen sentido los partidos?”.

“Al fin de cuentas, no son tantas las diferencias.”

“Basta de ponchos y sobretodos”.

“¿Por qué no nos juntamos bajo el paraguas de familias ideológicas?”

“Lo importante es ganarle a la izquierda.”

Justamente: lo más importante no es ganar la elección. Sí que es necesario. Condición necesaria. Pero no suficiente.

Lo esencial es poder liderar al país hacia algo más que un mejor bienestar material: hacia valores, ideales, esperanzas... Todo aquello que ambienta el desarrollo integral de la persona y da sentido a su vida. Los valores, de lo que tanto se habla (pero poco se entiende).

Y en esa empresa no somos todos iguales. Lo de las familias ideológicas no es una buena idea: meta echarle agua a la leche.

Nuestra democracia está floja y muy chata. La gente no la ve con entusiasmo ni espera grandes cosas de ella. Precisamente es por eso que busca otras ofertas: los outsiders o las corporaciones y ninguno de esos dos caminos son buenos para la democracia. Una cosa es entusiasmar y otra muy distinta es el fogonear odios y ahondar diferencias.

Solo organismos enfocados en la política e imbuidos de valores y de ideales pueden revigorizarla.

No hay que renunciar a los partidos tradicionales buscando que muten en familias o coaliciones, con más de instrumental que de contenido. Al revés: es hora de mirar hacia dentro, de recordar y de entender qué es un partido y para qué es.

Pensando en el mío, en el Partido Nacional:

Hemos sido un fenómeno extraordinario, único en el mundo: un partido que vivió décadas de ostracismo, sea por derrotas electorales, (genuinas o amañadas), o por quiebres institucionales y, en medio de todo eso, mantuvo incólume su espíritu, su vigor, su atractivo.

Y que las veces que le tocó gobernar volcó todo su ser en una decidida vocación de servicio, llevando adelante con entusiasmo cuasiquijotesco sus ideas y sus principios, con generosidad y altruismo.

Con frecuencia se olvida, pero en los tiempos heroicos, más de lanza y Remington que de balota, los blancos se llamaban a sí mismos y con mucho orgullo: “Servidores”.

Estamos viviendo una coyuntura que exige reflexionar sobre estos asuntos. Los años de gobierno y las consecuentes exigencias de la coalición han llevado a posponer y casi a oscurecer el rol del partido y a descuidar sus raíces, sus esencias y su sentido.

Lo que nuestro Uruguay precisa no es un cuerpo político funcional o un mero resultado electoral ni una supuesta familia ideológica, licuada de valores y de sentimientos.

Ya hubo quienes caminaron por ese sendero y ahí están los resultados.

El Partido Nacional tiene un riquísimo patrimonio: de principios, de valores, de sacrificio, de victorias y derrotas a lo largo de más de un siglo. Es ahí que hoy debe sumergirse buscando emerger renovado, con su mística intacta, para así ofrecerse -otra vez- como el instrumento que el Uruguay precisa, en aras de fortalecerse como sociedad y como Nación.

Porque el país está precisando revivir valores básicos, heroicos y reconocer la realidad en que vivimos para proponerse las medidas de fondo -no los jarabes demagógicos- que revivan a la Nación de las cenizas de una sociedad pedigüeña y desconforme (“tardío e insuficiente”).

Se vienen tiempos desafiantes. Son los tiempos del Partido de la Nación.

Y con esto, a nadie ofendo. Al contrario, qué mejor podré ser el que mis palabras enciendan en los colorados la llama del orgullo por su partido que, calientes, salgan a desplegar sus bandereas y a reverdecer sus raíces. Si así fue que se hizo la Patria.

Las ideologías tienen su lugar (y sus riesgos), pero un sistema vigoroso de partidos políticos requiere de algo más, de raíces más profundas, de compromiso con la Patria, de ideales primero y recién luego de ideologías (a su servicio).

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