Orfandad analítica

Está el viejo chiste aquel que dice que si se anuncia el fin del mundo hay que venirse a vivir a Uruguay porque todo aquí ocurre quince años más tarde. Con respecto a la reacción al triunfo de Orsi y los primeros pasos del Frente Amplio (FA) en el poder, algunas actitudes de la oposición dejan pensar que entramos en una especie de bucle temporal en el que se repiten los mismos ademanes ciegos del tiempo de Mujica presidente.

Parte de esa actitud se explica porque no hubo ni hay un análisis sincero y profundo sobre la derrota electoral, sobre todo entre los blancos -que fueron, claro está, los grandes derrotados, ya que los colorados tuvieron su mejor votación nacional del siglo XXI-. Como cuando ganó Mujica, no se entiende que un candidato de las características del presidencial del FA haya ganado con tanta luz; y como en 2009, hay una diferencia radical entre el mensaje del voto popular y la sensación blanca de los antecedentes del gobierno de turno, tanto del de Vázquez en aquel entonces como del de Lacalle Pou ahora.

El problema está en que al carecer de análisis sinceros y profundos la oposición queda librada a arrebatos circunstanciales que, al final, a nadie importan. Lo hacen con el diálogo social, por ejemplo, cuando en realidad es una iniciativa con legitimidad popular y cuyos resultados no se conocen; o lo hacen con la política exterior, por ejemplo, cuando en realidad lo que se está implementando en este sentido es lo que se anunció de parte del FA y lo que la mayoría votó.

Obviamente, la oposición debe marcar su distinto parecer sobre estos asuntos. Pero, por favor, sin decirle al Uruguay entero que el FA es antidemocrático por promover una reforma de la seguridad social que estaba prevista en su programa de gobierno, o por alinearse tras la política exterior de Brasil y sus alianzas estratégicas con China y Rusia. Porque en ambos casos se asemeja mucho a aquella oposición a Mujica que, habiendo sido contundentemente derrotada en el balotaje, seguía despotricando contra los tupamaros de los años 60.

Hay una dimensión más dañina hoy que en el pos 2009. En efecto, en aquel entonces la inteligencia de Lacalle Herrera hizo que se retirara de escena en 2011; y el surgimiento de Lacalle Pou procesó una modernización que cambió la cara de los blancos en 2014, y con ello el perfil de lo que hoy llamamos Coalición Republicana (CR). Hoy, la esperanza del líder salvador que con su carisma todo lo podrá, es decir la eventual candidatura de Lacalle Pou en 2029, genera un letargo partidista tan profundo como funcional a la pereza mental de los desconectados y circunstanciales arrebatos opositores. Por tanto, la desidia y el poco arte por entender qué pasó y por dónde hay que rumbear son los protagonistas del principal partido opositor al gobierno.

Sin embargo, para seguir con la metáfora del bucle temporal, hoy existe una oportunidad similar a la que intuyó Lacalle Pou en 2012. La similitud no es perfecta: no ocurre dentro del Partido Nacional -totalmente amarrado tras el liderazgo del expresidente-, sino dentro del esquema de la CR, y refiere a la dinámica de puja de liderazgos colorados.

Obviamente, hoy nadie la ve así. Y es natural que así sea, porque eso también forma parte de la orfandad analítica.

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