RIcardo Reilly Salaverri
La Organización Internacional del Trabajo, la OIT, con sede en Ginebra, Suiza, fue creada al cierre de la Primera Guerra Mundial en 1919, cuando la paz recogida por el Tratado de Versailles (uno de los buenos negocios helvéticos es ser asiento de un tropel de organismos internacionales, alimentados con ingresos de los estados socios).
Pretendía ser una respuesta al capitalismo salvaje asociado a la industrialización que comenzara la máquina a vapor del inglés Watt. Proceso que impulsó ente otras cosas, a la colonización manu militari de Africa y otras partes del mundo, por diversas potencias europeas, circunstancia que mantiene secuelas hasta nuestros días. Una parte del asunto pasaba por conseguir mercados donde colocar la producción voluminosa, de crecimiento exponencial, gracias a las nuevas máquinas y procesos, a la vez de buscar la apropiación de materias primas baratas.
En Europa - hay matices entre las distintas naciones- la irrupción de la industria y de las fábricas, a la salida de la Edad Media y Moderna, llevó al abuso del trabajo de menores y mujeres, también de obreros, sin horario y en penosas condiciones y, las iniciativas para mejorarlas, encontraron el escollo de que, los gobiernos no promovían beneficios sociales porque encarecían su producción, y le perjudicaban en una lucha bestial por ganar el mercado internacional (la seguridad social por aquel entonces era inexistente).
Así, en 1919, se acuerda crear un organismo internacional para que por medio de un parlamento mundial creara normas que significaran un mínimo de protección que los estados nacionales debían respetar, queriendo con ello, hacer que las conquistas fuesen aplicables en todos los países al mismo tiempo.
Por un tema de soberanía nacional, los estados miembros de la OIT son libres de aplicar o no sus normas y a decir verdad, su éxito no es demasiado generalizado (¿usted promovería una huelga en China comunista? ¿o en Rusia? ¿o en Cuba? ¿o en Arabia Saudita? ¿o en Irán? ¿o en Venezuela?).
En nuestro país, curiosamente los que hablan más de los derechos humanos y laborales son los comunistas ortodoxos y los leninistas impiadosos, títeres notorios de gobiernos de países que no respetan a la OIT. Aplauden lo que les sirve y niegan lo que les molesta en Uruguay para ver si se puede llegar a la "dictadura del proletariado".
En el descalabro de normas laborales que se dictaron desde la presidencia Vázquez en adelante, como regalo a cambio de la complacencia y obsecuencia de la dirigencia sindical adicta, revista la violación de los derechos al trabajo, a la propiedad y al orden público que suponen las ocupaciones incondicionales de los establecimientos de trabajo. La OIT ya ha dicho que tal conducta no se aviene a sus paradigmas normativos ortodoxos. Y, ante una anunciada visita de una representación de la OIT al país, gobierno y sindicalistas han andado como maleta de turco. Entre que venga si y que no venga. Ahora parece que gano el sí. Si se respetara el sentido común y el Estado de Derecho -a decir verdad- no tendría que venir nadie.