Mucha cosa en pocos días

Muerte del papa, nuevo papa, elecciones departamentales, muerte de Mujica ¿por dónde comenzar? Hay que elegir: elegir es descartar. Empiezo por lo último.

Por más que la muerte del expresidente Mujica estuviese largamente anunciada es evidente que se trata de un acontecimiento de gran densidad política que merecería un análisis minucioso y ponderado. Pero es tanto lo que sobre él se está diciendo y escribiendo estos días que temo llegar al lector en un momento de saturación que haga descartar por hastío esta columna dominical. Sin perjuicio de considerar que el fenómeno Mujica merece una reflexión sosegada (cuando se haya agotado el tiempo de los ditirambos y de la concurrente hipocresía). La concurrencia multitudinaria al Palacio Legislativo durante el velorio de Mujica fue impresionante desde todo punto de vista.

En cuanto al panorama político poselecciones departamentales, este abre para el Partido Nacional dos tareas. Se trata de dos planteos hacia el interior del Partido. Por un lado parece inevitable la obligación de encarar seriamente la revisión de las estrategias electorales y explorar la comparecencia coaligada con el Partido Colorado a las elecciones. Se podría haber aprendido algo con los resultados de Salto en las elecciones pasadas. Ahora tenemos la situación de Río Negro. ¿Qué más hace falta para escarmentar?

Es imperativo comenzar a articular un discurso que fundamente el cambio no como una reacción obligada, sin más fundamento que la necesidad, sino como resultado de una lectura de la realidad nacional respecto a cómo ha venido mutando el comportamiento del cuerpo electoral uruguayo: cambio del voto entre la primera y la segunda vuelta, independencia del voto departamental respecto al voto nacional, etc.

Es obvio que dicho trámite de reflexión y elaboración analítica ha de efectuarse con la dirigencia del Partido Colorado, ya desde los primeros pasos; se trata de pensar y fundamentar un comportamiento conjunto: no puede ser un encuentro recién al final de nuestro proceso interno.

Parece razonable concebirlo como un comportamiento estable, para siempre, para todos los Departamentos y para todas las instancias electorales. Y debería estar sustentado por una fundamentación política más elaborada que como simple recurso para no seguir perdiendo elecciones que se pueden ganar.

La segunda tarea del Partido Nacional para estos tiempos -fin de los procesos electorales, comienzo del nuevo gobierno, en este caso gobierno del Frente Amplio- es elegir el tono opositor: ¿decir siempre que no a todo lo que venga de parte del gobierno? Sería poca cosa: una vergüenza.

El Frente Amplio en el gobierno todavía no ha puesto primera, está en punto muerto. Pero algunas figuras de segundo rango tienen sus propios planes (o sus propios enconos) y están operando para borrar del mapa legados importantes del gobierno Lacalle Pou. Ortuño, antes OSE ahora ministro, quiere borrar Aratirí; Castillo (y el Pit-Cnt) quiere borrar la reforma jubilatoria; Mahía empujado por Fenapes quiere borrar la reforma educativa. En ese nivel no hay punto muerto: están operando con todo. El Partido Nacional tiene que explicarle a los uruguayos el daño que reportarían esos retrocesos y tiene que defender abiertamente esos logros.

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