Cuando se supo que el gobierno electo quería cambiar el nombre del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) por el de “Ministerio de las Culturas, las Artes, los Patrimonios y la Educación”, a la gente le causó gracia tantos raros plurales en un nombre que oscilaba entre poesía cursi y una composición escolar.
Pero dio para pensar. Al terminar este gobierno, se habla de la gestión de Azucena Arbeleche y Omar Paganini, del trabajo hecho por el Ministerio de Obras Públicas y la serena conducción del ministro de Defensa o el equilibrado manejo de Pablo Mieres y la confianza trasmitida por Salinas. Pero poco se dice sobre la intensa y rica gestión del MEC en el área cultural.
Tras superar el duro golpe de la pandemia, con espectáculos cerrados, conciertos postergados, giras canceladas y una estrategia de emergencia para subsidiar salas y artistas inactivos, se dio un primer paso con el llamado “aforo”, (espectáculos con un tope de público) para después sí recuperar el tiempo perdido.
Para el ministro Pablo da Silveira, algunos logros a destacar son: el énfasis en el interior; la recuperación de los fondos de incentivo cultural; la creación de la red de Centros Culturales Nacionales en todo el país; el fortalecimiento de la presencia uruguaya en ferias y eventos internacionales; la institucionalización de la Dirección de la Cultura para que los apoyos económicos no se distribuyan por decisiones discrecionales sino con llamados y ventanillas transparentes.
A eso se suma un detallado balance publicado por el Ministerio (“Una rendición de cuentas democrática”) en dos tomos que pasan revista a todo lo hecho.
El primero reúne los discursos de Da Silveira en inauguraciones, eventos y otras actividades. Son textos de fondo pero dichos con llaneza y muestran un claro y consistente hilo conductor, con una visión coherente de cómo debía ser su gestión.
El segundo volumen repasa las muchas actividades realizadas. Está bien presentado y muestra lo que el país es capaz de hacer en materia cultural.
El primer mérito del ministro fue armar un equipo que trasmitió sintonía y empuje. No soy ingenuo para pensar que no hubo roces, como ocurre en todo lugar de trabajo. Pero si así fue, no se vio.
Es imposible enumerar uno por uno a ese equipo pero vale alguna mención, más allá del ministro, la subsecretaria Ana Ribeiro y el secretario general de Secretaria (Pablo Landoni primero y Gastón Gianerio después). Todas las áreas estaban bien cubiertas, empezando por la activa impronta que marcó la directora Nacional de Cultura, Mariana Wainstein, el director de Artes Escénicas, Álvaro Ahunchain, los directores de los diferentes museos (entre ellos el recién fallecido Fernando Loustaunau), Martín Inthamoussú primero y Adela Dubra después en el Sodre, María Noel Riccetto y Chiqui Barbé en el ballet, William Rey en la Comisión del Patrimonio, Nicolás Der Agopian en el Instituto Nacional del Libro. Y la lista sigue.
Bajo el impulso de Enrique Aguerre, director del Museo Nacional de Artes Visuales, hubo un fuerte estímulo al arte, que se vio en un alto número de exposiciones que destacaban a pintores nacionales: Petrona Viera, el singularísimo Mario Giacoya, Arotxa, Fidel Sclavo, Julio Testoni, José Trujillo, Margaret White entre tantos.
Superada la pandemia, creció el número de conciertos y actuaciones de la orquesta del Sodre y se destacó el Ballet Nacional, conducido por María Noel Riccetto, bailarina uruguaya de fama internacional. El Ballet venía con el empuje dado por el gobierno de José Mujica, cuando designó a Julio Bocca como su director, a poco de inaugurado el impresionante auditorio Adela Reta.
Se puso en marcha y tuvo inmediato impacto la Agencia del Cine y el Audiovisual del Uruguay (en coordinación con el Ministerio de Industria) liderada por el talentoso Facundo Ponce de León.
La Biblioteca Nacional, conducida por Valentín Trujillo, hizo un enorme esfuerzo por visibilizar lo que su sola existencia significa, al difundir por los medios y las redes, el trabajo de un comprometido equipo en el mantenimiento de la biblioteca y en la investigación y difusión de su material. Publicó un excelente libro que muestra como se investiga, desde hace 80 años, en los archivos literarios de la biblioteca.
El área de Medios Públicos dirigida por Gerardo Sotelo y Carlos Muñoz deja un buen legado. El canal 5 presentó productos bien hechos sobre nuestra historia, patrimonio y cultura. El programa “Periodistas”, fue uno de calidad, serio y equilibrado, donde sus panelistas no se gritaban ni le gritaban al público. Queda entonces un valioso acervo audiovisual de una gestión que en cinco años no provocó escándalos ni denuncias por sesgos inapropiados.
Al cerrar cada gobierno, no es habitual evaluar la gestión cultural de su ministerio. Pero este lo merecía.