En una reciente columna me referí al cuidado de ciertas zonas de Montevideo, entre otros objetivos para embellecerlas y valorar el patrimonio allí existente. Concretamente me referí al Parque de las Esculturas y la zona circundante.
La tesis de aquella reflexión era que las diferentes administraciones municipales (y la referencia recordable son las frentistas que llevan más de 30 años en la Intendencia) despreciaban la idea de que la ciudad fuera, además de todo lo que debía ser, linda. Un espectáculo de belleza visual para quienes viven en ella
Un aspecto (no el único) que hace que la ciudad parezca sucia, fea y deteriorada, es el estado de sus veredas. Este es un problema que abarca a buena parte de Montevideo. Están rotas y hundidas, lo cual ayuda a juntar mugre, y en muchas partes son prácticamente intransitables. Es una dificultad para todo el mundo, pero para una sociedad que tiene un alto nivel de personas mayores, las cosas se agudizan aún más.
Que sea tan complicado caminar por las veredas montevideanas habla mal de la ciudad, más cuando es un asunto que podría resolverse de forma fácil.
Es verdad que según las normas municipales, los vecinos son responsables del cuidado de la vereda en el tramo frente a su casa. También es verdad que no lo hacen.
Una de las razones de por qué los vecinos no lo hacen es que les complica la vida. Tienen que contratar a alguien, comprar el material, asegurarse que el albañil contratado esté en regla con el BPS. ¿Quién quiere comprarse un dolor de cabeza innecesario?
Por otra parte, al hacerlo cada vecino las veredas terminan siendo un paisaje irregular. Cada uno usa diferentes baldosas y distintos colores, algunos las colocan mejor que otros y al final tampoco contribuyen a darle un aspecto armonioso a la calle.
La solución que le quitaría esa preocupación a los vecinos, sería que lo haga la propia Intendencia. Al pensar en un plan de arreglo global, es seguro que el costo transferido a cada vecino (quizás en cuotas llevaderas incluidas en la Contribución Inmobiliaria) será menor que si lo pagara cada uno. Si no lo fuera, es porque alguien hizo mal los cálculos.
Debería ser un plan a completar en un determinado plazo, cosa de que en poco tiempo toda la ciudad tenga veredas nuevas. E incluso hacerlas allí donde nunca las hubo.
Para simplificar e incluso lograr que sean más lindas, es hora de que se deje de lado la baldosa tradicional y se hagan amplias planchas de hormigón, cosa que ya se ha puso en práctica en varias zonas de la ciudad; en Ciudad Vieja por ejemplo.
Son más prolijas, es más fácil caminar sobre ellas y se evita la maldición de las tan mentadas baldosas flojas. A su vez, permite hacer el trabajo más rápido y avanzar sin problemas a lo largo y ancho de la ciudad. No se trata de una idea loca, es la modalidad adoptada por muchas de las principales ciudades del mundo. Y funciona.
Para las grandes avenidas, donde quien las usa no es tanto el vecino con frente a esa avenida, sino un montón de transeúntes que caminan por esas vías por ser comerciales, o por haber oficinas o por tener un uso que va más allá de solo vivir ahí, el criterio debería ser otro. Allí la cuenta no la debería pagar el vecino.
Importa considerar las características de cada avenida. Por ejemplo, en Bulevar Artigas, que es la vía de entrada por el oeste de la ciudad, se ha cuidado más a los ciclistas que a los peatones. A ellos se les hizo bien pensadas bicisendas a cada lado de la avenida. Las veredas sin embargo, son un desastre. Se trata de uno de los primeros lugares, el primer impacto, que recibe quien entra a la ciudad. Las veredas por lo tanto deberían lucirse más, tal como lo hacen en la rambla. Esto ocurre en las grandes ciudades: sus veredas están bien diseñadas, se adaptan a la personalidad de la avenida, son útiles e, insisto, lindas.
Con el cuidado de las veredas viene el cuidado de lo que suele llamarse el “ornato público”, o sea los árboles.
De un tiempo a esta parte, siempre a ritmo montevideano, ha habido un plan de reposición de árboles en varias avenidas y calles. En algunos lugares se sacaron árboles que si bien lindos, resultaban muy frágiles y quebradizos para cumplir su función (el fresno es un ejemplo típico).
Lo que no está dando resultado es la forma en que se instrumenta esa política. Una vez plantados y apoyados con soportes frágiles se da por terminado el operativo. Eventualmente no todos prenden y al poco tiempo habría que sustituirlos, lo cual no siempre se hace. Las guías se rompen y afecta al crecimiento de esos árboles, sujetos a los vaivenes de una ciudad que es ventosa. Terminan por lo tanto, creciendo torcidos.
Reordenar una estrategia que acompañe durante un par de años la colocación de nuevos arbolados y llevar adelante una poda más cuidadosa, también con criterios estéticos y no a rompe y raja como suele hacerse, ayudaría a que las calles luzcan mejor.
Insisto, la ciudad debe ser funcional, bien pensada, debidamente mantenida y en lo posible, linda.