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Sensibilidad tribunera

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Las redes sociales, en tiempos de debate por la LUC, se han vuelto una cloaca casi tan saturada de basura como los pluviales montevideanos.

Pero no vamos a sumarnos a la letanía de... “ay, que horrible el tono de la campaña”, como si alguna vez hubiese habido campañas muy constructivas. Ahora, hay cosas que despiertan razonamientos desesperanzadores.

Esta semana, varias figuras públicas que orbitan al Frente Amplio difundieron de manera casi coordinada una imagen particular: se trata de un dibujo donde hay como un acantilado que separa dos niveles. En el superior, un señor “normal”, mano en el bolsillo, lava su auto con una manguera. Pero el agua sucia y descartada que cae, va corriendo hacia el despeñadero, y en el segundo nivel es recolectada con ansia por un grupo de personas con aspecto sufrido, dos mujeres con “burka”, y tres hombres cabizbajos y con ropas raídas. El comentario común, de nuevo, casi coordinado, era: “La teoría del derrame”.

La “teoría del derrame” es un concepto bastante maledicente que se atribuye al período de Ronald Reagan en Estados Unidos. Y más o menos significaría que si la economía crece, si los ricos se hacen más ricos, el goteo de sus sobras alcanzaría para mejorar la vida de los más pobres.

El concepto de fondo es un poco más complejo. Lo que señalan los teóricos del liberalismo de esa era es que lo importante es que la “torta” de riqueza en una sociedad crezca. Para ello es clave liberar a las fuerzas del mercado de las regulaciones y controles estatales. Y que aunque en este proceso la gente con recursos vea crecer su patrimonio, al mismo tiempo mejora drásticamente la situación de los más pobres. Si nos preocupa la pobreza, esta ha sido históricamente la forma más efectiva de combatirla, aunque ello genere mayor desigualdad.

Nada agita más la bilis de un socialista que este concepto. Por un lado porque choca con esa concepción igualitarista extrema tan en boga. Por otro, porque insisten con que la economía es un “suma cero”, y si unos se hacen ricos es porque otros necesariamente se empobrecen.

Pero hay un tercer elemento por el cual esta forma de ver la economía y la sociedad es útil políticamente. Porque ratifica que si usted no está de acuerdo con este socialismo extremo, con que el Estado sea quien defina lo que le debe tocar a cada uno, y que la vida en sociedad deba ser una aldea pitufa, con un líder paternal de sombrero rojo que tome las decisiones por los demás, tiene que ser mala persona. No hay otra.

Eso calza perfectamente con el momento político actual en Uruguay. Y por qué gente tan variada como el Dr. Ceretta o el periodista carnavalero Marcelo Fernández, de golpe se ponen a replicar un “meme” hecho seguramente hace años para algún país islámico.

El tema de fondo hoy en esta sangrienta campaña por la LUC es que de un lado están los buenos, puros, y sensibles. Y del otro los ogros que se quieren quedar con toda la torta, que disfrutan dando palo a los pobres y desalojándolos de sus casas, que sueñan con privatizar la educación pública y prohibir el carnaval. Rodeados, eso sí, por hordas de pobres desclasados que por ignorancia y manija de los medios no entienden que se cavan su propia fosa.

Esta manera de ver las cosas, si bien ayuda a que los impulsores se sientan bárbaro consigo mismos, tiene dos defectos importantes. El primero supone un desprecio total por la inteligencia de quienes no comparten su mirada. Sobre todo los más humildes, a quienes se trata con un desdén infantil, pese a que suelen decir que luchan por ellos.

Pero luego, que en el último siglo ha habido cientos de ejemplos de países que intentaron rediseñar la sociedad en base a estos conceptos de redistribución, y el resultado fue espantoso. Basta mirar Venezuela, un país riquísimo, donde el gobierno nacionalizó la economía, estatizó recursos, y redistribuyó a cara de perro. Pero hoy hay más pobreza y miseria que antes. ¿Cómo se explica?

Pero lo peor de esta forma de argumentar es la simpleza mediocre que implica. Del otro lado del esquema hay un “meme” equivalente. Es aquel donde un joven con un gran tenedor de metal que dice “socialismo” se empeña en meterlo en un enchufe eléctrico. Una persona que pasa le advierte que todos los que intentaron eso salieron lastimados. Pero el joven insiste que el problema es que todos los que lo intentaron antes que él lo hicieron mal.

Ahora bien, este tipo de debate esquemático e infantil puede servir para una sección de humor político, o para un troll anónimo de redes sociales, o para un chiste de “Cayó la Cabra”. Pero cuando uno ve a gente formada, capaz, con una voz que en general es respetada en la sociedad, acudir a estos argumentos de Disney, a esta sensiblería tribunera barata, para hablar de cosas extremadamente complejas, es difícil no preguntarse si como sociedad estaremos muy lejos de tocar fondo.

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Martín Aguirre

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