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Los peligros de los “insiders”

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En los últimos años se han vuelto habituales los análisis sobre los peligros para las democracias que conllevan los outsiders que desde fuera de los partidos políticos establecidos lanzan campañas de asalto al poder con propuestas populistas. Ciertamente varias elecciones a lo ancho del mundo muestras que este temor ha tenido sentido, sin embargo, también el populismo a veces se cobija en partidos reconocidos de sistemas estables, con riesgo cierto de ser tan dañinos para la democracia como los outsiders de discursos y contenidos más nítidos. Donald Trump es un ejemplo de manual, pero otro que no le va en zaga y que debemos tener en el radar es el de Pedro Sánchez en España.

En efecto, Sánchez ha sido candidato por el PSOE, un partido fundacional de la actual democracia española, que supo tener líderes reconocidos del relieve de Felipe González. Nadie podía poner en duda que este partido, junto al PP, era uno de los sostenes de la democracia española, hasta que un buen día llego Pedro Sánchez a su liderazgo y luego al poder.

Con un estilo que suele desconcertar a propios y ajenos su característica más saliente es la falta de escrúpulos para llegar y luego aferrarse al gobierno. Al final del día todo aquel que siga la política de la madre patria sabe que Sánchez está dispuesto a lo que sea para no dejar el gobierno. Es cierto que es un político extraordinariamente hábil y versátil, como tantos otros en la historia, pero finalmente es un gran táctico de la política experto en sobrevivir con una estrategia de largo plazo, no soltar el gobierno.

Como ha expresado hace ya un buen tiempo la gran Cayetana Álvarez de Toledo, “el sanchismo no es solo una forma vulgar de hacer política… el sanchismo es un proyecto de poder a largo plazo, y su objetivo esencial es la liquidación de la España constitucional pactada en 1978.” El espíritu que nació con los Pactos de la Moncloa que supo conducir a España al desarrollo político, económico y social está severamente herido con un presidente que persigue a la oposición, a la prensa, a la justicia y a todo lo que pueda ponerse en el camino de sus pretensiones de durar más que Felipe VI.

Una larga lista de acciones demuestra que lo anterior no son acusaciones, son hechos. Los indultos a terroristas, la derogación del delito de sedición, la expulsión de la guardia civil de varios lugares de España, el blanqueamiento de Bildu y principalmente el acuerdo de partidos que permitió su última investidura incumpliendo expresamente sus compromisos de campaña, demuestran de lo que es capaz el presidente español. Que llegó al gobierno democráticamente está fuera de cuestión, pero también debe admitirse que gobierna por fuera de los límites aceptables para un demócrata liberal o para cualquiera que aspire a preservar la España unida y plural.

El episodio de estos últimos días en que utilizó acusaciones severas de la Justicia contra su esposa por corrupción para montar un circo patético en que amenazó con renunciar, lo que todo el mundo sabe que no haría bajo ninguna circunstancia, termina de pintar al personaje. La España que conocimos está en peligro. Los ataques a la democracia no siempre vienen desde afuera del sistema, a veces vienen desde adentro y toman a los países con la guardia baja, lo que termina haciéndolos más complicados.

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