Después de las elecciones departamentales los intendentes han ganado un lugar importante en la prensa y en los medios. Me refiero a los intendentes del interior y, en particular a los intendentes del Partido Nacional, que son la mayoría.
En algún sentido muy concreto se puede considerar a los intendentes blancos del interior como un actor político colectivo. Refuerza esa impresión el saldo electoral partidario tomado en su conjunto. No es del todo exacto trasladar esa importancia del interior a una contabilidad electoral y levantando la voz decir que los votos de los blancos están en el interior: en la capital vive prácticamente la mitad del país y varias generaciones de habitantes del interior se han encaminado hacia Montevideo y trasladaron sus credenciales. En el presente, no estadísticamente pero sí políticamente, los intendentes blancos del interior se sienten ganadores mientras que los dirigentes nacionales… sienten lo contrario.
El interior del país siempre ha sido muy importante para el Partido Nacional y, correlativamente, esa importancia generó una comprensión descentralizada del Uruguay, de la composición nacional y del destino nacional. Hay toda una historia detrás -y una épica- que sustenta todo eso. Si bien siempre, como se ha dicho, el interior ha sido relevante para el Partido Nacional, en los tiempos que corren la dirigencia partidaria del interior cobra mayor importancia, sobretodo la figura de los intendentes. El intendente de un Departamento del interior tiene una relación directa y personal con su trabajo, con sus votantes y con toda la población del Departamento; se encuentra con sus tareas y con su gente todos los días. Los resultados de su gestión -positivos o negativos- quedan a la vista. Todo esto hace más apasionante su cargo, mucho más, por ejemplo, que el de Diputado por el Departamento.
Pero esa inmediatez y visibilidad que entusiasma no lo convierte en un mero gestor o capataz de obra: sigue siendo un dirigente político, conserva una mirada nacional, mantiene la vista levantada hacia el país, hacia el horizonte nacional. El Intendente o el dirigente del interior, sabe que el problema económico de la frontera, aunque él lo viva más cerca, es un problema nacional. O que la compra de la estancia María Dolores por Colonización es un mamarracho económico y social sin rescate aunque haya tenido lugar en su Departamento.
El dirigente del interior, el Intendente departamental, es impulsado y sustentado por una historia partidaria, por unos ideales compartidos con la dirigencia política nacional: su meta y sus desvelos no son de cordón cuneta sino mucho más; son los mismos que los del dirigente nacional: cultivar un ideal político, un sueño, ¡algo que no se asienta en ningún tipo de contabilidad o balance!
La opinión de la dirigencia local nutre al Partido con detalles propios; no es una voz que solo pide y que pide solo por su Departamento. Es una voz que propone, que ilustra al Partido, cuyo entusiasmo no está municipalizado: tiene contornos nacionales.
Finalmente, ante la situación creada por la astenia programada que sufre la máxima autoridad partidaria que es el Directorio, los Intendentes y las dirigencias departamentales contribuyen a que no se produzca el desparramo que podría generar esa debilidad.