Los Ceaucescu de Nicaragua

Con gobiernos como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua a uno se le olvida la cantidad de años que esas dictaduras perduran por el tiempo que ha transcurrido desde que alcanzaron el poder para no soltarlo. En el primer caso, el castrismo bate récord con más de seis décadas; los venezolanos ya rozan los treinta años de revolución bolivariana y en el país centroamericano Daniel Ortega gobierna por segunda vez desde hace casi dos décadas. La intención de estos tres regímenes es la de perpetuarse en el poder.

En lo que respecta a Ortega en Nicaragua, ha armado una suerte de monarquía absolutista con su esposa, Rosario Murillo, siguiendo el lema que se le atribuye a los Reyes Católicos en España: “Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando”. Es cuestión de sustituir los nombres por los de Rosario y Daniel. Pero si avanzamos en la historia, la pareja sandinista cada vez se parece más a Elena y Nicolás Ceaucescu, el matrimonio sanguinario que se mantuvo en el poder en Rumania desde 1967 a 1989 y, bajo el modelo comunista, ejerció una represión brutal. Cuando se produjo la sublevación popular en el 89, fueron capturados cuando pretendían huir del país y, después de ser condenados por un tribunal militar con cargos de genocidio y de desfalco, acabaron ejecutados en medio de un proceso mediatizado y con escasas garantías procesales.

El binomio Ortega-Murillo lleva años tensando la cuerda sociopolítica en Nicaragua por medio de oleadas represivas que han dejado muertos, un abultado presidio político, el asedio a la prensa independiente y exiliados que huyen o son desterrados, como es el caso de reconocidos intelectuales, algunos de ellos afines al sandinismo en el pasado, como Sergio Ramírez o Gioconda Belli.

Los Ortega acaban de amenazar con expulsar del país a los embajadores que se “entrometan” en los asuntos internos del país. Esta embestida la lanzan después de que el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba convocara al encargado de negocios de Estados Unidos en ese país, Mike Hammer, para “llamarle la atención” por las reuniones que sostiene con opositores y activistas desde que fue destacado en la isla en el mes de noviembre por la administración del presidente Donald Trump. Como era previsible, el gobierno cubano, encabezado por Miguel Díaz-Canel, acusa al jefe de la diplomacia estadounidense de “incitar” a la oposición a supuestos actos delictivos, lo que quiere decir que a la dictadura castrista le preocupa cualquier movimiento cívico que vaya en la dirección del cambio.

El reinado de los Ortega siempre ha estado en sintonía con el régimen de La Habana en lo que concierne al aparato represivo. Una vez más, calcan los métodos de intimidación del modelo cubano. Si en Cuba vigilan de cerca los esfuerzos de Hammer por ayudar a los activistas que defienden los derechos humanos, en Nicaragua el régimen sandinista no pierde tiempo en advertir a los diplomáticos acreditados en el país. No es la primera vez que amenazan a los embajadores. En 2022 el nuncio del Vaticano, Waldemar Stanislaw Sommertag, fue expulsado de Nicaragua al declarar que había presos políticos en el país. Ahora el gobernante y su esposa nuevamente aprietan las tuercas con el fin de que no vuelvan a producirse las protestas que sacudieron al país en 2018.

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