Lo que nos une

Lo ocurrido en las elecciones de Bolivia el fin de semana pasada, obliga a mirar la realidad continental con otros ojos. El hecho de que a la segunda vuelta concurran dos candidatos de derecha y la izquierda quede afuera, plantea expectativas muy diferentes a las habituales.

No parece probable que esto se repita en otros lugares, pero si la izquierda chilena con su candidata comunista Jannette Jara, sigue en su lento declive hacia las elecciones de fin de año tal vez haya que prepararse para un escenario similar. Y aún cuando no ocurra, todo indica que la suma de votos de los candidatos de la derecha superará por lejos a la de la izquierda y eso incidirá en la segunda vuelta.

Los analistas observan este fenómeno como un tema de desgaste de la izquierda y crecimiento de la derecha. El desgaste parece obvio. No la está pasando bien Gustavo Petro en Colombia y el final del ciclo de Gabriel Boric se ve cada vez más complicado.

Evaluar procesos como el boliviano como el fin de un ciclo de izquierda y el comienzo de uno de derecha estará bien, pero no es suficiente. En toda democracia, estos traspasos son comunes. Es verdad que eso es aceptable en Europa pero se le suele dar un tono dramático al analizarlo en América Latina. Si la izquierda termina entronizada como el chavismo en Venezuela, no importa pero es un problema si gana la derecha.

En un mundo convulsionado donde derechas e izquierdas se ven tentadas a experimentar modelos populistas y autoritarios, lo que importa determinar no es si se está dando el viraje de un bando a otro, sino que ello se haga dentro de los cauces de una democracia, con apego a la Constitución y al Estado de Derecho.

No pasó con Chávez y luego Maduro, ni con Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Bolsonaro, los Kirchner y Bukele se sumaron a esa corriente. La realidad se repite en Europa con Víctor Orbán en Hungría. Trump en Estados Unidos ha convulsionado a un país acostumbrado a respetar las reglas de juego.

Por eso, lo que debería preocupar no es si ganan terreno las derechas o retroceden las izquierdas. Lo que importa es que haya avances en la institucionalidad democrática. Esto de que la prioridad es preservar el “proyecto” por encima de cualquier otra consideración termina generando gobiernos que escapan a los controles de una democracia, aumentan sus niveles de corrupción y eventualmente recortan libertades.

Basta ver como el “sanchismo” en España, ante las crecientes denuncias de irregularidades insiste que lo importante es defender sus logros para impedir el avance de la derecha. Temen que un triunfo del Partido Popular de pie a una coalición con Vox. Olvidan que para que el PSOE gobernara, debió aliarse con la ultraizquierda (Podemos, Sumar, Esquerra, Bildu) e incluso con el nacionalismo derechista catalán. Lo que preocupa de unos, está permitido para otros.

El desprecio que se observa en los políticos de diversos países respecto a las reglas de juego es preocupante. No todos dirigen sus gobiernos a dictaduras lisas y llanas, pero igual se acercan a ese objetivo ya que se permiten transgresiones para colocarse al borde de lo inconstitucional, por lo general con la complacencia de sus congresos y la complicidad de los tribunales superiores.

En América Latina este fenómeno empezó al iniciarse el siglo y sigue sin detenerse. A veces para poner fin a gobiernos que se eternizaron en el cargo y abusaron de su poder, se eligen otros de signo opuesto pero similar modus operandi. Cristina Kirchner jugaba sucio y era implacable contra todo lo que se le enfrentara. Su desprecio era insuperable. Hasta que llegó Milei. Es verdad, este denunció la corrupción de sus antecesores y aplicó severas medidas para reducir el flagelo de la inflación. Pero sus métodos no hacen más que aumentar la grieta creada por el kirchnerismo y Argentina sigue viviendo una crispación permanente y alejada de una sana institucionalidad.

Las izquierdas quieren más presencia estatal en la economía y más regulación. La derecha es proclive a una mayor apertura de la economía y menos presencia del Estado. En una democracia plena, el tema no está en sus diferencias, más cuando hay alternancia en el gobierno, sino que coincidan en el respeto a las libertades y derechos y acepten la vigilancia y control que solo lo permite la existencia de tres poderes independientes. Las discusiones sobre políticas coyunturales separa a los partidos, la identificación con el Estado de Derecho los une en una valoración de algo que está por encima de la coyuntura.

El problema es cuando unos u otros reniegan de la alternancia y encuentran fórmulas tramposas para perpetuarse en el poder. Lo hizo Evo Morales antes, lo hace Bukele ahora.

Lo que debe valorarse entonces, no es la tendencia actual de ir hacia gobiernos de derecha, sino que se refuerce la institucionalidad democrática para garantizarle a la gente sus libertades y derechos.

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