El poder absoluto no sólo corrompe absolutamente; también desequilibra mental y emocionalmente.
A Vladimir Putin lo altera que no le teman. Camino a las tres décadas de poder total y con tantas operaciones militares exitosas y tantos envenenamientos y acribillamientos contra quienes lo desafiaron, parece haberlo desquiciado que un presidente joven, inexperto y surgido de la actuación humorística, lo haya enfrentado en lugar de doblegarse ante su dictat implacable.
Ese blindaje que siempre encofró sus emociones para que sobre sus actos impere exclusivamente la mente fría y calculadora que posee, se quebró por la furia que le provoca que Zelensky no le tema. Y en el desequilibrio, el presidente ruso parece haber errado en los cálculos que hizo sobre lo que encontraría la invasión, tanto en el escenario ucraniano como en el escenario internacional.
Un dato clave de esta guerra es que se originó en la cabeza de un hombre; un solo hombre: Putin. Y en ese punto de origen, la decisión de invadir habría sido forjada por tempestades psíquicas y turbulencias emocionales que le impidieron calibrar con precisión las consecuencias de la invasión.
Sus cálculos fueron tan inexactos que agigantó la imagen de los dos presidentes que más odia: Volodimir Zelensky y Joe Biden. A los ojos de buena parte del mundo, Zelensky empieza a parecerse a Churchill y Biden a Franklin Roosevelt.
Fue un error de cálculo pensar que en Ucrania podía hacer lo mismo que ya hizo muchas veces, pero en el patio trasero de Rusia.
Ucrania no es el patio trasero de Rusia sino, en todo caso, el jardín. Lo que ocurre en rincones centroasiáticos y en el Cáucaso, no ocurre bajo las narices de Europa. El jardín es la parte de la casa que está a la vista de todos. Europa es el vecindario donde está Ucrania. Por eso la reacción es diferente a la indiferencia con que Occidente dejó que Putin enviara sus tanques a Georgia y le amputara Abjasia y Osetia del Sur; o que bombardeara hasta demoler Grozni y dejar tierra arrasada en Chechenia para aplastar al independentismo liderado por el general Dudayev. También que introdujera el ejército ruso a consolidar la separación del Transdniester con que los milicianos prorusos redujeron el mapa de Moldavia con la guerra de Transnitria.
Lo que ocurre en los patios traseros no está a la vista de los vecindarios. Pero lo que ocurre en los jardines, sí. Por eso Putin está perdiendo de manera abrumadora en la dimensión de la opinión mundial, donde una amplísima mayoría de países están repudiando la invasión de Ucrania.
El jefe del Kremlin también erró en el cálculo sobre la consecución de sus objetivos en el país invadido. Creyó que el ejército ruso haría colapsar estrepitosamente el sistema defensivo de Ucrania y poner en desbande al ejército local en las primeras 48 horas de la invasión. Casi que esperaba que las fuerzas rusas fueran recibidas como un ejército libertador. Pero lo que encontró fue una dura resistencia que lo hizo temer un empantanamiento en un conflicto prolongado de baja intensidad.
Más demora en establecer control total sobre país atacado, más criminaliza su accionar. La inesperada resistencia que encontró, lo hizo temer que Kiev, Jarkov, Odessa y otras grandes y cruciales ciudades ucranianas se conviertan en Faluya para el ejército invasor. Por eso recurrió a la estrategia que aplicó contra el independentismo caucásico y desde entonces en Rusia le llaman doctrina Grozni, por la destrucción que los bombardeos aéreos masivos causaron a la capital chechena en 1999.
El mundo observa, espeluznado, los “bombardeos de saturación” que Putin está aplicando a las ciudades claves, para que no se conviertan en Faluya para las tropas rusas que ingresarán en ellas. La más brutal y genocida de las tácticas empleadas en la Segunda Guerra Mundial, está siendo aplicada en Ucrania.
En ese escenario, es posible que Vladimir Putin logre imponerse en los próximos días, pero ese triunfo lo derrota en el escenario de la opinión pública mundial, una dimensión de los conflictos que a esta altura de la historia ningún líder guerrero puede ignorar.
El otro error de cálculo que cometió el presidente ruso lo llevó a pensar que el daño ocasionado por Donald Trump al histórico vínculo euro-norteamericano, impediría la conformación de un frente unido occidental para contenerlo.
El magnate neoyorquino al que Putin ayudó a convertirse en jefe del estado norteamericano también actuó para destartalar políticamente a la alianza atlántica. Y el amo del Kremlin pensó que esas actuaciones de Trump le impedirían a las potencias de Occidente organizar acciones coordinadas para detener su proyecto expansionista hacia el Oeste. Pero no lo consiguió.
En el escenario de la opinión pública y en el tablero político internacional, la imagen de Vladimir Putin cae destrozada y su derrota se agrava de manera proporcional a la dimensión de la tragedia que está provocando en Ucrania.