La utilidad de lo inútil en la Justicia

La filosofía, el arte, la literatura o el cine ¿qué tienen que ver con el Derecho y la Justicia? A primera vista: nada. Bajo la lógica de una sociedad que busca la utilidad inmediata, se los califica como saberes “inútiles”. Sin embargo, nos explica Nuccio Ordine, justamente por su naturaleza alejada de fines meramente prácticos, estos saberes desempeñan “un papel esencial en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad”. El Derecho, no puede estar ajeno a esa dimensión crítica y transformadora que las humanidades estimulan en sus operadores.

Aceptar la importancia de formar juristas críticos puede parecer también inútil, si concebimos al operador jurídico como un autómata que simplemente aplica lo escrito en la ley. Esa visión, heredera del movimiento codificador del siglo XIX y de cierta versión patológica del positivismo jurídico, reduce el Derecho a la letra de la norma. Es la imagen que Camilo Arancibia describe como un Derecho “petrificado”.

El Derecho no es estático y los juristas no son máquinas de aplicación normativa. Lo que muchas veces se pasa por alto es el complejo proceso racional que precede toda decisión jurídica y, además, los diversos caminos que puede adoptar esa decisión una vez tomada. En ese sentido, la sentencia de un juez, la novela de un escritor o la letra de una canción comparten algo fundamental: son textos que no significan nada por sí mismos, sino que requieren de un intérprete. Mientras aceptamos con naturalidad la multiplicidad de interpretaciones en una obra musical, solemos resistirnos a reconocer que lo mismo ocurre con una sentencia judicial o con la valoración de los hechos en un proceso. Es verdad que los códigos establecen reglas de interpretación y valoración, pero esas reglas son, a su vez, objeto de interpretación. La paradoja es inevitable ¿Cómo debemos interpretar? ¿Cuál es la interpretación correcta?

Como han reflexionado Pierluigi Chiassoni, existen distintas posturas frente a este problema. Los optimistas sostienen que siempre hay una única respuesta correcta, accesible mediante ciertos procesos lógicos: viven en el “sueño noble” de la certeza jurídica. Otros, poco optimistas, distinguen entre casos fáciles y difíciles: los primeros pueden resolverse deductivamente, mientras que los segundos exigen métodos más complejos, permaneciendo en una “vigilia” al procedimiento como garantía de corrección. Finalmente, están los nada optimistas, que rechazan la idea de una única respuesta posible y afirman que toda decisión es una elección arbitraria disfrazada de racionalidad: ellos habitan la “pesadilla de la indeterminación”.

Usted podrá ser optimista, poco optimista o nada optimista, pero esa decisión deberá tomarla usted mismo. El Derecho no nos prescribe qué jurista ser, ese punto de partida lo elige cada quien. Y es justamente en ese acto de elección donde entran en juego los llamados saberes “inútiles”. Estos saberes guian nuestra mirada al analizar el fenómeno jurídico, nos permiten ofrecer opiniones y tomar decisiones fundadas y algo que hoy urge: propias.

El Derecho, constituye un espejo de lo que somos como sociedad. Una sociedad que aspire a un Derecho Justo solo puede sostenerse sobre ciudadanos libres y críticos. En este sentido y siguiendo a Ordine: los saberes inútiles son el “líquido amniótico” ideal en el que la idea de Justicia puede tomar impulso y madurar.

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