Hoy, todo parece haber sido inventado por Trump. Lo malo, me refiero. Ahí está el desparramo que ha armado con su desatinada atropellada comercial.
Pero, si nos alejamos un poco del barullo y abrimos el espectro, veremos que las barbaridades trumpicas no nacen de repollo. Se insertan en una tendencia geopolítica mundial, que viene cambiando sustancialmente.
Desde aquella apuesta a la globalización como instrumento geopolítico para desarmar la Guerra Fría, imaginado por Nixon y Kissinger (la famosa “ping pong diplomacy”), con sus fundamentos económicos liberales, que auguraban el comienzo de una era de paz y prosperidad, corolario de la caída del muro de Berlín. La era de la globalización.
Pues esa política se empezó a desflecar a comienzos de este siglo.
La catarata de artículos, papers y libros que marcaron el pensamiento económico y geopolítico hasta hace una década, ha sido supervenida por las nuevas teorías y los nuevos eslóganes. Ahora el mantra es “nearshoring”. La meta dejó de ser la prosperidad económica. El centro lo ocupa la seguridad.
Ya antes se había dado otra evolución: los EEUU modificaban el énfasis para su política de hegemonía y seguridad, de la acción militar a la económica. No es que abandonaran la primera. Más bien que resolvían apostar primero y más fuerte a la segunda, visto como se habían quemado los dedos en episodios como Vietnam, Irak (2) y Afganistán, donde la decisión de Biden de salirse, resultó carísima.
El tema de recurrir a “armas” económicas, no es nuevo en la historia de la humanidad. Ya lo había intentado Atenas contra Esparta, en el Siglo V A.C., pero Estados Unidos lo ha puesto en el primer plano de su geopolítica. La explicación probablemente esté en que la evolución de la humanidad ha producido -entre otras cosas- dos factores que se prestan para esa “guerra”: la expansión e interconectividad del mundo financiero y el descomunal desarrollo tecnológico, que termina dominando las actividades del ser humano, desde cepillarse los dientes en adelante.
En algún momento dado, de entre el coro geopolítico que alababa la globalización -por sus virtudes económicas, pero también por las políticas- empezaron a sonar voces discordantes: todo bien con esta sinergia, que hizo entrar a los chinos y a otros a jugar en la liga, pero tampoco la pavada: jugar sí, dominar la liga ¡no!
Como siempre, Nihil sub sole novum.
La “trampa de Tucídides” aparece en su Historia de la Guerra del Peloponeso. Ahí, Tucídides explica cómo la aparición de una potencia emergente, en el caso Esparta, detona un proceso cultural-político que, inevitablemente, lleva a la guerra a la potencia dominante, que era Atenas.
La globalización ha dado lugar a una de esas cosas, a la vez absurdas y humanamente inevitables: no puedo arriesgar que el otro me saque ventaja.
La guerra y la economía siempre anduvieron juntas, o por lo menos, vinculadas, pero hoy ese vínculo se ha hecho mucho más estrecho gracias a la tecnología: quien saque ventajas en la producción de elementos como los chips, puede colocarse en una posición gravitante del punto de vista bélico. Y es ese semblanteo, desconfiacho, que está condicionando la geopolítica mundial. Que suena para nosotros como algo lejanísimo, pero que condiciona directa e inevitablemente el bienestar de la población del planeta.
Hoy nos chocan las medidas (y el discurso de Trump), lo que es supercomprensible, dado sus alarmantes dosis de soberbia y de ignorancia histórica. Pero el fenómeno no arrancó con él. En su libro “Chokepoints”, el profesor Edward Fishman, recuerda que las medidas económicas “bélicas” de los EEUU, por ejemplo, en relación a China, toman impulso con Biden (en un momento en que aquella era el primer socio comercial de aquel). Ya en ese entonces, EEUU aplicó medidas de contralor de exportaciones estratégicas apuntando a dañar la economía china (en su comienzo provocaron una caída de las acciones tecnológicas chinas de casi 10 billones de dólares).
Sostiene Fishman: “La era del fundamentalismo de libre mercado se había terminado. En su lugar, los EEUU abrazaron una agresiva política industrial, incluyendo subsidios masivos, para atraer puestos de trabajo… y preservar el liderazgo del país en sectores como semicon- ductores, biotech y energías renovables”… “Resultó que una economía altamente interdependiente no combinaba bien con la intensificación de la competencia global”. Todo bien con la prosperidad que genera el libre comercio, pero estaría amenazando la seguridad. El lema en Washington ya no es “comercio libre”, sino “comercio seguro”.
¿Cómo se sale de esta trampa?
Tal parece que los países centrales están verdaderamente entrampados: ninguno se anima a dar el primer paso y ahora con el desparramo que ha armado Trump, los esfuerzos van en sentido opuesto.
Parecería, también, que el problema de fondo (si es posible convivir sin recelar), está como confundido por las guerras explícitas: Ucrania, Gaza y ahora Irán. Uno podría hasta asumir que EEUU y China deben estar molestos con estos episodios, que complican y distraen sus estrategias geopolíticas (sobre todo en el caso de los EEUU).
En los mismos tiempos se da un fenómeno que parece de naturaleza totalmente diferente pero que, igual, forma parte de la realidad mundial: la elección de un nuevo Papa. No es un episodio superfluo.
El pontífice no tiene, como se preocupaba Stalin, legiones a su mando, pero tampoco es prisionero de la geopolítica dominante.
Quizás pueda ayudar a la humanidad a salir de la Trampa de Tucídides.