La sombra de la derrota merodea por el Kremlin. Por primera vez, el hombre que sólo conocía la victoria parece extraviado en una de sus guerras.
Vladimir Putin parecía destinado a triunfar en los campos de batalla. En las montañas del Cáucaso rescató el ego nacionalista ruso que había quedado malherido en Afganistán, donde los mujaidines vencieron al ejército soviético.
A la primera guerra contra el independentismo checheno los rusos la habían perdido. Pero tres años después de que el general Alexander Lebed negociara la capitulación ante la proclamada República de Ichkeria, que ya había anexado Daguestán y procuraba sumar a Ingushetia, el hombre que acababa de aposentarse en el despacho principal del Kremlin enviaba nuevamente el ejército a Chechenia. Fue una guerra de tierra arrasada en la que, esta vez, el derrotado fue el bando independentista islámico que lideraba el general Dudayev.
Putin también consiguió una victoria militar en Georgia cuando, en el 2008, envió el ejército ruso a arrebatarle los territorios de Abjasia y Osetia del Sur, en los cuales el entonces presidente nacionalista Mijail Saakashvili intentaba reimponer la soberanía georgiana.
Para inflamar el orgullo del ultranacionalismo ruso, Vladimir Putin logró también un triunfo en una guerra lejana que parecía perdida para el aliado de Moscú. Si caía el régimen sirio, Rusia podía perder la base militar que Hafez al Asad, padre del actual dictador, le había conferido en Latakia. El poder de Bashar al Asad se desmoronaba con cada derrota de su ejército en la guerra civil que había desatado la llamada “Primavera Árabe”, pero el involucramiento de Rusia dio vuelta el rumbo del conflicto.
Para lograr esa victoria, Putin sometió la ciudad de Alepo a un bombardeo de saturación como el que ordenó para demoler Grozni, la capital chechena. Venciendo a jihadistas sanguinarios pero también a militares y civiles sirios que con legítimas razones se habían levantado en armas, el presidente ruso salvó al régimen criminal de Bashar al Asad.
A esos éxitos militares le agregó el más osado y original de sus éxitos: dinamitar con su ejército de hackers y espías la campaña electoral de Hillary Clinton, ayudando a que un millonario ególatra al que por alguna oscura razón él podía manejar se convirtiera en presidente de los Estados Unidos.
Putin habría logrado hacer real la pesadilla política que Richard Condon planteó en “The manchurian candidate”, la novela en la que se abre paso hacia la Casa Blanca un candidato manejado por el enemigo comunista de los Estados Unidos.
Debilitando el histórico vínculo euro-norteamericano y generando cortocircuitos en la OTAN, Donald Trump fue funcional a los designios del presidente ruso, que no es comunista pero asumió el rol de enemigo de las potencias de Occidente.
Quizá por eso Putin no esperaba que pudiera conformarse un frente unido entre Washington y Bruselas para bombardear la economía rusa con sanciones económicas de tan grueso calibre.
El triunfalismo también le hizo calcular mal la reacción de los ucranianos frente a la invasión. Que haya empezado a usar misiles hipersónicos y a incrementar los bombardeos para devastar ciudades a las que no están pudiendo ingresar las tropas rusas, es una señal de que le preocupa el curso que está tomando esta guerra.
También son señales de que es posible la derrota de Rusia a pesar de la abrumadora superioridad en tropas y armamentos, los pedidos de Putin a Lukashenko para que envíe el ejército bielorruso a reforzar su bloqueada ofensiva sobre Kiev.
A eso se suman señales de debilidad política y de posible derrota en la guerra económica que le impusieron las potencias occidentales. Que haya renunciado a su cargo y abandonado Rusia Anatoly Chubais, el economista que recomendó el ingreso de Putin al gobierno de Boris Yeltsin del cuál había sido vice-primer ministro y arquitecto de las privatizaciones, es una señal de soledad en el poder.
También señala la deriva que los mejores funcionarios perciben en el presidente, el hecho de que haya querido dimitir la economista estrella que preside el Banco Central. Putin habría obligado a permanecer en el cargo a Elvira Nabiullina, artífice del récord de inversiones privadas de la última década.
Esos síntomas de debilidad política y económica también insinúan que la derrota ha empezado a merodear por los pasillos del Kremlin.