Después de un aplastante triunfo en los caucus de Iowa, Donald Trump ha cobrado impulso hacia su nominación a la Presidencia. Un impulso que, sin duda, redoblará su discurso radical, sobre todo, en lo que concierne a las políticas migratorias. Desde que en 2015 apareció y arrasó en la arena política, uno de sus leitmotiv más recurrentes ha sido el de la retórica antiinmigrante.
Sin ir más lejos, días antes de que dejara atrás como distantes rivales a Ron DeSantis y Nikki Haley, Trump añadía más animadversión al extendido prejuicio, al afirmar que los inmigrantes que cruzan la frontera sur con México “envenenan la sangre” de América. Ya en la campaña electoral de 2015, Trump sacó toda su artillería antiinmigrante, enfocada, principalmente, contra la inmigración mexicana, acusando a todos los migrantes indocumentados del país vecino de traer “drogas y crimen” y de ser “violadores”.
Sus infundadas palabras, como el resto de su discurso populista, no le impidieron vencer en las urnas a la demócrata Hillary Clinton. No es menos cierto que a lo largo de sus cuatro años de mandato no pudo frenar completamente el tránsito por una frontera porosa; nunca acabó de construir el famoso muro que había prometido que erigiría desde el minuto uno de su Presidencia. En cuanto a sus draconianas políticas migratorias, convirtió en un embudo humano el otro lado de la frontera, con cientos de miles de inmigrantes que durante años vivieron hacinados en campamentos, porque el proceso de asilo que anteriores gobiernos republicanos y demócratas habían respetado quedó interrumpido.
Ahora el magnate neoyorkino aspira a ocupar la Casa Blanca nuevamente, espoleado por una derrota que hasta el día de hoy pretende disfrazar de “fraude electoral”. Lejos de suavizar su mensaje, lo endurece y sus partidarios lo aplauden sin cortapisas. En el caucus de Iowa los votantes republicanos manifestaron que sus principales preocupaciones son la economía y la inmigración. En esto último, piden y esperan “mano dura”. La mayoría coincide con su líder en que los inmigrantes “envenenan” la esencia del país, como si Estados Unidos estuviera formado por una población homogénea que desde tiempos inmemoriales estaban ahí. Según una encuesta encargada por CBS News, casi la mitad de los estadounidenses está de acuerdo con esto.
A pesar de que su propia madre, Mary Trump, emigró de Escocia en 1930 huyendo de la pobreza y la hambruna y pudo asentarse en Estados Unidos, gracias a la reclamación familiar de sus hermanas (también inmigrantes por motivos económicos), el exmandatario arremete contra los inmigrantes, pero no todos: se refiere a los que cruzan la “frontera Sur”, porque tiene en mente a los que provienen de países latinoamericanos, no a los más “blancos” que podrían, como fue el caso de su madre y de al menos dos de sus esposas, llegar de Europa.
Lo paradójico es que hay estadounidenses, cuyo origen está ligado a América Latina, que también suscriben la idea de que hay inmigrantes que “envenenan” la sangre de la nación. Debe ser el síndrome del converso, incapaz de recordar la sangre, sudor y lágrimas que les costó a los que llegaron antes, para que ellos tuvieran una vida mejor. Esa es la sangre que Trump y sus seguidores nunca mencionan porque no les conviene.