La palabra en la política

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juan martín posadas
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Titulé mi nota del Domingo pasado “el encuentro en las palabras”. Apuntaba a la importancia que tienen las palabras en la política: el discurso, el hacer inteligible (leíble) los procesos políticos y las tendencias profundas de la sociedad. El tema merece un poco más de desarrollo. A eso voy.

Un asunto que se ha desdibujado, un poco en la polvareda del Covid y otro poco en el tiroteo político cotidiano, es el significado de algo tan determinante como el resultado electoral del año 2019. En el Uruguay hubo un voto por un cambio, se votó por la no continuidad de una propuesta política y, sobretodo, de un estilo político que, en un tiempo supo entusiasmar a los uruguayos pero que claramente había dejado de gustar Esto es lo que hay que poner en palabras. Esto y el resultado de la consulta popular por la LUC que, no sé por qué, los ganadores no pueden ver como una ratificación, un triunfo en la misma línea.

Si las elecciones pasadas fueron efectivamente un propósito de dejar atrás, lo que se hace necesario ahora, hoy, en este invierno, con cierta urgencia, es la tarea de poner en palabras, desmenuzar y describir, la nueva situación, la nueva perspectiva.

En primer lugar, en quienes primero tiene que articularse y convertirse en discurso, es en la coalición gobernante y principalmente en los dirigentes y legisladores del Partido Nacional.

Pero el organismo, por su naturaleza, más apto para pronunciar y enriquecer el relato de lo nuevo que se ha abierto con las elecciones pasadas y el resultado del plebiscito, es el Directorio del Partido Nacional. El Directorio tiene -siempre ha tenido- una función docente, una función pedagógica, mucho más importante que la tarea burocrática de administrar el lema o de investirse como tribunal de comportamiento. Los documentos y declaraciones del Directorio fueron y deberían volver a ser una especie de libro de texto para la reflexión partidaria.

También, en la función de darle verbo al episodio, tienen su lugar y su importancia los abuelos del Partido: Luis Alberto Lacalle y Alberto Volonté. Ambos se han recluido -cada uno por propias y diferentes razones- en un ostracismo político voluntario. Pero, sin contravenir la saludable distancia que cada uno de ellos ha tomado respecto a los asuntos del gobierno y las competencias entre listas o candidaturas, sería importante contar con su experiencia para desarrollar lo que los uruguayos han abierto con sus pronunciamientos electorales recientes.

Uruguay votó por la no continuidad de una propuesta política y, sobre todo, de un estilo político.

Termino glosando un trabajo de Pancho Faig. Dice: se está abriendo una época nueva en la cual el cambio electoral de 2019 es una manifestación importante.

Como nada es automático importa sobretodo el protagonismo de los actores en dimensiones tan importantes como la simbólica -es decir, la generación de una práctica política distinta a la de la era frenteamplista en el gobierno- y la identitaria -es decir, la generación de una narración que explique, relate, dé sentido y sitúe en el largo plazo a las novedades que se irán acumulando como consecuencia de esa práctica nueva. Hasta aquí Faig (“Extramuros”, 2020).

Lo que sucedió -el doble resultado electoral- no termina de suceder hasta que sea puesto en palabras, hasta que por ese medio verbal-simbólico se le haga claro a todos los uruguayos, tanto a los que ganamos las elecciones como a los que perdieron, el sentido de lo que efectivamente pasó. Está corriendo el tiempo para eso.

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