La LUC y la cámara de eco

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MARTÍN AGUIRRE

Días atrás tuvimos un encontronazo con la realidad. La hija de este autor, 6 añitos, le hizo detenerse en un video musical que al parecer es muy escuchado en alguna clase o con sus amigas. A los 30 segundos, no sabíamos si la cosa era en serio o en broma.

Un señor con bigotito a lo Hercules Poirot, vestido como malabarista de esquina venido a menos, y ostentando una intimidad con su lado femenino que 20 años atrás le hubiera costado cruentas dosis de “bullying” en cualquier liceo. Carmelo, Camilo, algo así. Nunca lo había escuchado... ni siquiera sabía de su existencia, pese a trabajar en un diario. Pero al mirar en el contador de Youtube, esa cosa tan ajena tenía casi 700 millones de vistas. ¡700 millones!

Más allá de confirmar que la ola punk que va a venir después de estos excesos de sensibilidad millenial va a hacer que Sid Vicius parezca Gandhi, el tema nos volvió a plantear el drama del llamado “efecto cámara de eco”. Es que las tecnologías actuales, con su infinita capacidad de segmentación, nos permiten vivir en burbujas casi perfectas. Una de las razones por las cuales el diálogo en estos tiempos se hace complejo. Es tan fácil vivir convencido que todo el mundo razona parecido, que cuando nos cruzamos con alguien de otro “nicho”, se hace imposible encontrar puntos en común.

Este problema volvió a hacerse patente al escuchar un debate sobre la LUC en el programa radial En Perspectiva. Allí contraponían visiones cuatro tipos “jóvenes”, y por lo general razonables, Daniel Supervielle, Marcos Methol, Martín Couto y Santiago Soto. En un contrapunto muy amable, llamó la atención una frase de Couto, cuando argumentó que “en la LUC hay muchas normas que van en espíritu en contra de la idiosincrasia uruguaya”. Esto nos hizo pensar de nuevo en el dichoso tema de la cámara de eco. ¿Cual es esa “idiosincrasia nacional” que violenta la LUC? ¿Existe una idiosincrasia uruguaya única?

Si analizamos la historia, no parece ser el caso. Rivera no era igual a Lavalleja, Venancio Flores no era igual a Oribe. El “civilizado” Batlle y Ordóñez no solo no era igual al rústico Aparicio, sino que chocaba con gente urbana y refinada con Washington Beltrán. ¿Wilson y Seregni? ¿Jorge Batlle y Tabaré Vázquez? Y así podemos seguir y seguir.

Pero desde hace ya bastantes años, sobre todo desde su llegada al poder en 2005, el Frente Amplio y sus satélites académicos, repiten conceptos por los cuales ellos serían una encarnación casi perfecta del ser nacional. Algo que fue incluso retomado por la publicidad, donde pintaban al uruguayo típico como ese señor que toma mate en la rambla, mientras escucha murgas, y se emociona con alguna cita de Mujica. Pero ese no es “el” uruguayo. Hay muchos otros uruguayos, que no pegan calcomanías en el termo, no están afiliados a sindicatos, y ni tienen idea quien ganó el concurso de Carnaval.

Pero muchos dirigentes y militantes del FA están realmente convencidos de ser los legítimos representantes de la “uruguayez”, y que quienes no comparten su sensibilidad, son una minoría de ricos, “herreristas”... habitantes de barrios privados. Esto se nota incluso con su estrategia política desde que perdieron el gobierno, donde parecen sentirse objeto de una cruel injusticia, que solo pudo ser culpa de un pésimo candidato, o haber sido víctimas de un complot mediático, que hizo que tanta gente les diera la espalda engañada.

Ahora bien, ¿a cuántos uruguayos representa realmente esta forma de ver la política? Esto es clave, porque mientras las jerarquías del FA sigan creyendo ser los exclusivos representantes del “uruguayo real”, va a ser muy difícil que acepten el rol de oposición responsable y constructiva que les asignó la última elección. Eso será tal vez el resultado más importante del referéndum de la LUC. Más que la prohibición de las ocupaciones, el gobierno de la educación o las políticas de seguridad.

La realidad es que los temas en la LUC no le importan mucho a nadie. Alcanza ver los requiebres dialécticos de quienes la combaten, para entender que allí no está el problema. Lo que este referéndum va a dejar claro es cómo está parado (y dividido) realmente el país. Si gana el “Sí”, eso ratificaría de alguna forma la mirada de la dirigencia del FA, de que la elección de 2019 fue un accidente histórico, y que ellos representan a la mayoría del país. Si se llega a confirmar lo que muestran las encuestas más confiables, es probable que haya que reevaluar buena parte de las “verdades” que alimentan el análisis político actual. Y el Frente Amplio, como coalición, se verá obligado a enfrentar algunos demonios internos que tiene en el freezer desde 2019.

Por eso, estamos ante una campaña tan agresiva. Y no se asuste si lo que vemos en el debate político en este mes y medio es mucho peor. Hay demasiado en juego.

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