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La construcción de la esperanza

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Ese es el título de mi nuevo libro, presente en librerías de todo el país, con el objetivo de compartir dos décadas de estudios, investigaciones, conferencias, conversaciones y viajes, enfocados en el análisis de políticas públicas.

Busca contribuir a la construcción colectiva de la esperanza, que creo que necesita Uruguay para ser un gran país: moderno, desarrollado, integrado internamente y al mundo, de primera línea. En el libro sueño despierto con ese objetivo. No hay respuestas fáciles a problemas complejos, ni culpables de que las respuestas simples no arreglen los problemas complejos.

El despegue de Uruguay exige profundas reformas que aún no están articuladas ni sistematizadas, y que son difíciles de implementar. Los capítulos del libro se refieren largamente a ellas. El norte debe ser construir un futuro inmediato en medio de un acelerado proceso de automatización que impulse la productividad de la mano de nuevas vías de inserción internacional, con la búsqueda permanente de soluciones para la inserción laboral. Creo en la necesidad de aprovechar al máximo el potencial técnico existente en el país para repensar el actual entramado histórico de políticas sociales vigentes, ante los enormes desafíos que impone el presente y el futuro del trabajo.

Entre 2004 y 2014, la economía uruguaya se benefició de un gran auge, que repercutió en la inversión, el empleo, los salarios y la caída de la pobreza. Luego sobrevino un período de varios años de estancamiento que se empalmó con la pandemia iniciada en 2020. El nuevo gobierno debió tomar medidas para frenar el déficit fiscal y el creciente peso de la deuda pública. Pero aún resta impulsar cambios importantes. Tenemos una gran oportunidad para acelerar la trayectoria de desarrollo, sustentado en una agenda de reformas necesarias, aunque las fuerzas naturales de la inercia siempre complican el despegue.

No habrá mayor desarrollo socioeconómico sin una mayor sofisticación y calidad en nuestro paquete exportador. Y para ello se necesita una mayor productividad, que viene de la mano de la tecnología y la apertura al comercio internacional, tanto para importar como para exportar, así como para atraer más inversión.

La desactualización del sistema educativo complica enormemente el partido. Esto tiene como correlato que el país tenga una pobre oferta en el mercado laboral, fácilmente reemplazable por la automatización. La escasez de trabajadores aptos para estos tiempos deriva en una baja productividad general, un ingreso reducido y un serio rezago en la movilidad social intergeneracional. Hay una buena reforma educativa impulsada por el actual gobierno, pero también hay duras resistencias corporativas y pujos conservadores.

Hay que aprovechar el conocimiento acumulado para orientar a las políticas públicas en general, y especialmente en materia de seguridad ciudadana. Ayuda a lograr mejores resultados en un área en la que pululan la improvisación y los prejuicios. De acuerdo con los resultados de nuestras investigaciones publicadas en revistas científicas globales, en el libro presentamos evidencia de que: i) un pequeño aumento en el apoyo que reciben las personas que salen de las cárceles disminuye drásticamente la reincidencia; ii) los sistemas de vigilancia por cámaras reducen efectivamente el delito y a un costo relativamente bajo; iii) el retiro de dinero en efectivo de ciertas áreas de actividad baja las rapiñas; y iv) las transferencias económicas a las mujeres disminuyen la violencia doméstica.

Poner a las personas en el centro de las políticas públicas implica analizar la realidad que nos toca vivir, despojarse de preconceptos y buscar la mejor alternativa posible de la mano de un Estado que solucione problemas y no los cree. Por ejemplo, se requiere convicción para introducir una “renta esencial”, con plazos y condiciones claras, que permita rehacer las habilidades de las personas cuyos puestos de trabajo están muriendo por automatización. Ni básica (no es a cambio de nada) ni universal (no es para todos): la renta que propongo es esencial para las personas que lo necesitan. Tan esencial como el papel que el Estado debe cumplir ante los graves desafíos contemporáneos.

La palabra que más se repite en el libro es “libertad” porque está en la base de mi concepción de las políticas públicas. La libertad siempre presente en la relación de las personas con el Estado. El Estado tiene que ofrecer oportunidades a los que no las tienen y apoyo a los que lo necesitan. El Estado ayuda, pero no sustituye al individuo en la toma de decisiones. Confió profundamente en la capacidad de las personas para definir su destino.

No percibo en Uruguay una animadversión irreconciliable entre sectores políticos y sociales, aunque sí cierta hostilidad entre dos mitades, un tanto artificiosas, de nuestro escenario político e ideológico. No veo una “grieta” sino un arroyo, de cauce fino que da paso.

Cada vez que eso sucede se debe aprovechar para dialogar entre las dos mitades; no solo cuando las papas queman, como siempre ha sido usual en nuestro país.

Cuando el hilo conductor del dialogo es la búsqueda de soluciones concretas a problemas precisos, los acuerdos fluyen. Cuando se quiere solucionar el mundo, las diferentes visiones afloran.

La clave es la humildad, la capacidad para cambiar de opinión y de dejarse convencer sin temor. Hay que sentirse cómodo con aquella frase de Borges: “quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones”.

La esperanza es lo que marca un camino, lo que nos mueve. Se basa en la realidad y se proyecta hacia un objetivo deseado. Se alimenta del análisis de nuestras posibilidades, de nuestras fortalezas y debilidades; con base en evidencia y no en prejuicios. La voluntad surge de la necesidad y la oportunidad. La esperanza se construye. Primero, internamente, luego, públicamente, para que sea la semilla de un sueño colectivo.

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Ignacio Munyo

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