La bronca

En nuestro país, al día de hoy, el estado de ánimo de la población no es crispado, es más bien de calma. El gobierno anterior sorteó la crisis mundial del Covid con una serenidad que hizo del Uruguay un ejemplo mundial y dejó un país sin motivos de desasosiego; el gobierno actual no ha generado nada sustantivo que modifique ese estado de ánimo general. Según calificados pensadores la realidad mundial es otra.

Si uno está atento a lo que se publica en Europa y Estados Unidos, la mayoría de los autores coinciden en señalar un estado de crispación y enojo. Un autor francés muy conocido, Pierre Rossanvallon, desarrolla la idea -para él constatación- que “la democracia ya no resuelve y porque no resuelve, enfurece. La ira ha pasado a ser el lenguaje de la política”.

¿Qué fue lo que llevó a Trump a su segunda victoria electoral? ¿Qué fue lo que llevó y sostiene a Milei en la Presidencia de la Argentina? ¿Qué fue lo que hizo Presidente de Chile a Boric y va a derrotar a su Partido dentro de pocos meses? ¿Qué es Bolsonaro? ¿Qué explica a Meloni en Italia? ¿Y a Polonia y Hungría?

Otro autor interesante, Peter Sloterdijk, escribe: “Un sentimiento irreprimible corre a través de todas las sociedades, alimentado por aquellos que, con razón o sin ella, creen que están siendo perjudicados, excluidos o estafados”. En el pasado y durante siglo hubo instituciones que cobijaban o encausaban esa cólera. “Hoy no hay nadie que oriente la cólera que las poblaciones acumulan (…) Como consecuencia de ello, desde los comienzos del siglo XXI la ira se ha expresado de manera cada vez más desorganizada e irracional, desde los movimientos antiglobalización hasta los disturbios de las pandillas populares”.

Un aspecto a tener en cuenta de lo que escriben estos autores es que coinciden en que la bronca que verifican extendida en tantos países no tiene un origen económico, es decir, no es el clamor desesperado de los hambrientos. Esa ira no tiene que ver con la pobreza sino con la discriminación y una imputación a los gobiernos, a los de arriba en general, de ser cómplices hipócritas, cuando no causantes, de esa situación básicamente injusta.

Lo que parece claro es que la bronca nace de un sentimiento de estafa. De ahí que Rossanvallon diga que quien defrauda es la democracia porque no da respuesta. Por lo tanto sería una cuestión política. Pero la ira se desata porque en la sociedad se comienza a sentir que el sistema económico está trucado, amañado, las cartas están marcadas, el dinero se escurre siempre para el mismo lado, hacia los que ya tienen mucho. La culpa, entonces, no sería de la democracia sino de la economía, del sistema capitalista. El capitalismo del siglo XXI no tiene nada que ver con el capitalismo del siglo XIX, el del libro de Marx, el espectro que siguen combatiendo Juan Castillo y Abdala. Los enfurecidos de hoy se burlan de esos momios. Los que están ardiendo con bronca en nuestras sociedades son clase media, son propietarios, son los votantes de los partidos tradicionales de todo el mundo.

¿El problema es político o es económico? En cualquiera de las hipótesis tiene directa relación con una sensación de estafa. ¿Sensación o constatación? El tema da para más.

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