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Izquierda y Frente Amplio II

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En nuestra última nota, siguiendo una invitación del presidente de la República para redefinir la izquierda uruguaya, sugerimos comenzar por la negativa: precisar objetivamente aquello que, no sin nostalgias, la misma ha dejado de ser. 

En nuestra última nota, siguiendo una invitación del presidente de la República para redefinir la izquierda uruguaya, sugerimos comenzar por la negativa: precisar objetivamente aquello que, no sin nostalgias, la misma ha dejado de ser. 

En este sentido anotábamos que a diferencia de lo que sucedió previamente a la dictadura, cuando estaba conformada casi exclusivamente por el Partido Comunista y el Socialista, en la actualidad ha perdido su carácter socialista. Esto la condujo a abandonar su estrategia original basada en la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción. Ni socialización de la banca, ni reforma agraria radical, ni nacionalización del comercio exterior, ni, por favor, nada que turbe la inversión extranjera. El capital foráneo le resulta vital, poco importa su origen y sus condicionamientos. Nada más claro al respecto que su frecuente utilización de la ley de inversiones.

Pero asimismo y junto con el socialismo, con el mayor sigilo, se archivaron los presupuestos ideológicos que le daban sustento. Empezando por la revolución como eventual ruptura violenta del orden constituido, aun cuando hoy sea incorrecto mencionar este hecho que comenzó con la insurgencia guerrillera de los sesenta, devastó al país y culminó con la derrota tupamara y la repudiable dictadura militar subsiguiente. Al igual que se licenció al clasismo, ese eje axial según el cual el proletariado (o para los menos exigentes, la clase trabajadora), era el colectivo social llamado a decretar el fin de la sociedad clasista y con ella del estado burgués. Extremo que hoy, inconmovible, sostiene el Pit-Cnt.

Todo este relato, que ganó a los intelectuales y a los estratos estudiantiles al proclamar la caída definitiva de la sociedad explotadora, hubiera tenido comienzo de realización en el Uruguay en la sexta o séptima década del siglo XX, acaudillado por la izquierda. Ya fuera con la revolución armada, para los más; en un proceso más lento, para los menos, si la burguesía se dejaba expropiar.

Esta efervescencia político-cultural y el clima general que la enmarcó, no sucedió, como ahora se pretende, en un pasado remoto, ocurrió aquí y ahora, hace menos de medio siglo, y todavía quedamos algunos que la vivimos con angustia. No podemos ni deseamos negarla y nos oponemos a que se reescriba la historia. Aún cuando tampoco olvidemos el país del estancamiento y la parálisis de mediados de los cincuenta.

Hoy, confusamente, citando a Fidel Castro y ¡oh!, a un decálogo ético, el presidente, propone reflexionar sobre la izquierda. Al hacerlo, abre una caja de Pandora. Como dijimos, la izquierda, en los hechos, aunque se resista a admitirlo, ya no es lo que fue. Por eso, frente al impostergable desafío de redefinirse tres son los caminos que se le abren. Uno es insistir en el peligroso populismo latinoamericano en boga. El otro peregrinar a las fuentes y volver a los principios. Un difícil retorno que pese a las lecciones de la historia todavía algunos añoran y que implicaría desembarcar en el corazón de las tinieblas. Retroceder para ingresar en la barbarie. La tercera senda, su opuesto, es admitir francamente que pese a sus concesiones y vacilaciones, la social democracia es el camino. Aunque suponga que la izquierda sincere sus dogmas.

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Hebert Gatto

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