Si efectivamente los partidos tradicionales fueron potencias en las urnas cuando en el pasado desplegaron ampliamente estructuras atrápalo-todo, es decir, cuando hicieron convivir en su seno a sectores con discursos, intereses y representatividades distintas, y a liderazgos con perfiles y capacidad de seducción de electorados diferentes, importa que para 2029 encuentren fórmulas que les permitan retomar con esos resultados exitosos.
El ejemplo obvio está en el Frente Amplio (FA). No solamente en su proceso histórico, sobre todo conducido por Vázquez y Mujica entre 1994 y 2014, que fue agrandando en círculos concéntricos la capacidad de la coalición de seducir a nuevos votantes (y conservar a la inmensa mayoría de ellos de una elección a otra), sino también en las elecciones de 2024, cuando la inteligente acción de Mujica en particular sumó desde el MPP a figuras ajenas a la política, como el caso de Blanca Rodríguez, y cuando toda la izquierda, en lógica atrápalo-todo, se aseguró con multiplicidad de senados y candidatos a diputados por todo el país que hubiera distintos caminos posibles para adicionar apoyos al FA. Más claro echale agua: unos estuvieron a favor de la papeleta por la seguridad social y otros en contra, por ejemplo, pero todos sumaron al mismo lema del FA.
Toda esta descripción electoral centra la atención en los partidos y no en los candidatos. Ciertamente, va a contrapelo de una descripción política sencilla que se concentra en la acción de los líderes. Pero, en verdad, es mucho más explicativa, ya que sin un vigoroso FA nunca hubiera ganado Orsi; así como antes, sin el sector de Pacheco no ganaba Sanguinetti en 1994; o sin el auge del partido de Manini Ríos no ganaba Lacalle Pou en 2019.
Para el caso de los que conforman la Coalición Republicana (CR) hoy, la clave es que haya varios liderazgos, con matices discursivos y de propuestas. Y que, aunque su sumatoria resulte cacofónica para algunos críticos, todos ellos alíen sus voces y sus votos en favor de sus partidos y de la coalición entera. Dicho así suena evidente, pero resulta que el principal partido de la CR, el Partido Nacional, parece estar en una perspectiva de jugar un papel completamente invertido.
En efecto, los blancos están atravesando con el liderazgo de Lacalle Pou su momento de mayor caudillismo en su, por cierto, extensísima historia de caudillismos partidarios. Ni Oribe, ni Saravia, ni Herrera, ni Wilson, ni Lacalle Herrera, cada uno en su época, contaron nunca con la unanimidad partidaria que respalda hoy a Lacalle Pou. Sin duda, tal fenómeno responde a un don de mando excepcional. Sin embargo, esta situación particularísima lleva a que el abanico de los blancos esté entrecerrado. Y como se trata del actor mayoritario de la CR, el abanico de opciones que se acorta es el de toda la coalición en sí.
Descansarse en un liderazgo único y global, en vez de fortalecer a partidos y sectores dinámicos que desafíen liderazgos, y de promover una coalición multipolar que sume desde distintas perspectivas, es un profundo error electoral. En realidad, facilita la extensión del abanico izquierdista que mantiene su tendencia a ampliarse. En definitiva, ni siquiera favorece las chances de triunfo de una eventual candidatura futura de Lacalle Pou.