Las victorias tienen cien padres pero las derrotas son huérfanas”, dijo una vez el conde Galeazzo Ciano, ministro y yerno de Mussolini, quien terminaría fusilado por las tropas comandadas por su mandamás y suegro.
La frase me resulta bastante más pragmática que la intención del Partido Nacional al elaborar un “documento de autocrítica” tras su fracaso de 2024. Fue un trago amargo que podrían haberse ahorrado: el proceso que condujo a la redacción de ese informe sirvió más como una manifestación catártica de desavenencias internas que como un insumo útil.
En cambio, encargar análisis técnicos -como el que presentó Rafael Porzecanski- me resulta más pertinente: es impreciso evaluar el baile desde el centro de la pista. Colgar la derrota del cuello de personas o sectores es, además de subjetivo, profundamente injusto, y el solo hecho de señalar culpables públicamente acentúa el desenganche popular en lugar de justificarlo.
Uno de los temas infaltables a la hora de las “autocríticas” es responsabilizar a la comunicación: lo hizo el FA cuando perdió en 2019 y ahora lo hace el PN, según el trascendido publicado ayer por este diario .
A decir verdad, tanto en 2019 como en 2024, las estrategias de comunicación de ambos contendientes fueron sólidas y muy profesionales. Es obvio que por mayor experticia técnica que provea a un partido, el daño que provoca que una funcionaria de jerarquía grabe una conversación privada con su superior y la volantee para salvarse ella pero dejarlo a él en ridículo, es enorme. Es clarísimo que la divulgación pública de conversaciones de whatsapp, también cayó como una bomba de fragmentación.
El punto del documento del PN en el que coincido plenamente es el de una imprescindible coordinación entre los partidos coalicionistas, no solo de actividades sino fundamentalmente en el área programática. No hay que ser adivino para darse cuenta de que la aguerrida interna de la Coalición en octubre se pagó con la pérdida de votos en noviembre. El trabajo que habría que encomendar a las encuestadoras hoy, es el de que evaluaran el grado de pertenencia del votante coalicionista a un posicionamiento común a blancos, colorados e independientes. La eficiente campaña de Ojeda buscando votos blancos para competir con Delgado por el pase al balotaje, no logró su objetivo pero sumó varios puntos al Partido Colorado y, a mi juicio, mostró un talante beligerante que desfavoreció a Delgado en noviembre.
Es de manual que si queremos convencer al elector del proyecto Coalición Republicana, la ley número uno será mostrarnos como un bloque coherente, con ideales y programa común, y no como cooperativa de votos.
Es paradójico que las diferencias internas en el FA sean mucho más conflictivas que las que se dan en la CR, y sin embargo el paraguas del candidato y programa común les dan una fidelización del votante del que esta carece. Ya bastante tenemos con el karma de que líderes de gran prestigio, como Talvi, Salinas y Arbeleche, por razones diversas han dado el paso al costado. Ahora corresponde encarar con determinación y sin prejuicios un proyecto común que identifique a la ciudadanía republicana y liberal. Los cintillos son muy bonitos, pero hay que tener coraje para aggiornarse a una realidad que nos compromete y nos reclama.