Haití: un agujero negro en el mar Caribe

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claudio fantini
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Si el primer ministro hubiera muerto acribillado por las balas que le dispararon en Gonaives, Haití habría batido un récord mundial en materia de magnicidios. Sólo seis meses antes, un grupo comando asesinó al presidente Jovenel Moïse en Puerto Príncipe.

El ataque magnicida ahora ocurrió en la ciudad donde Ariel Henry celebraba el aniversario de la independencia. Gonaives es buen lugar para evocar la gesta por la que la colonia francesa de Saint Dominique se convirtió en la República de Haití. Muy cerca de allí se libró la crucial batalla de Ravine-a-Couleuvres y fue en Gonaives donde, en enero de 1804, Jean-Jacques Dessalines proclamó la independencia de Haití.

El primer ministro Henry sobrevivió, pero el atentado reconfirmó que esa porción de la Isla La Española se ha convertido en un agujero negro que devora todo poder institucional y deja la población a merced de bandas criminales.

La historia del primer país independiente de Latinoamérica y el primero de todas las Américas en abolir la esclavitud, ha oscilado de manera pendular entre la tiranía y la anarquía. El “híper-poder” y el “no poder” se alternan caóticamente. Las brutales dictaduras de Francois Duvalier y de su hijo Jean-Claude Duvalier, son la mayor expresión del poder totalmente concentrado en las manos de un gobernante.

El general Raoul Cedrás intentó rehacer el poder tiránico tras derrocar al sacerdote salesiano Jean Bertrand Aristide, que había sido democráticamente elegido en elecciones libres al comenzar la última década del siglo XX.

En lo que va del siglo XXI, la institucionalidad siempre ha estado en vías de extinción. Su ropaje democrático quedó hecho girones por las balas que mataron a Jovenel Moïse. Aún no se sabe por qué ese grupo comando integrado por ex militares colombianos cometió el magnicidio que sacudió al país en julio. Tampoco quedó claro el rigor institucional del proceso que le dio el cargo de primer ministro a Henry. Había designado por Moïse para el cargo, pero la inesperada muerte del presidente se produjo antes de haberlo reconfirmado y puesto en funciones.

Sumando caos al caos, el fiscal principal Bed-Ford Claude acusó al primer ministro nada menos que de estar vinculado al asesinato de Moïse. Y la respuesta de Ariel Henry fue hacer destituir al magistrado que había pedido a la Fiscalía su imputación argumentando presuntos contactos telefónicos con sospechosos de haber organizado el complot magnicida.

En la intemperie institucional, cuando los haitianos miran el escenario gubernamental lo que ven es una guerra tumultuosa entre facciones. Las leyes y las instituciones parecen existir sólo en los sellos y la palabra escrita, pero no imperan sobre la realidad.

Todas las ciudades y aldeas, empezando por Puerto Príncipe, la capital, están en manos de bandas armadas que cometen secuestros y sabotajes. Las fuerzas de seguridad son incapaces de penetrar en los feudos mafiosos para restituir la autoridad del Estado. En rigor, no hay autoridad estatal.

La impotencia y la corrupción de los cuerpos policiales y militares quedaron a la vista con el magnicidio. Si un grupo de hombres armados hasta los dientes pudo llegar hasta la residencia del presidente, ingresar en ella y acribillarlo a balazos sin que la guardia presidencial haya siquiera intentado cortarles el paso, es porque el Estado no puede proteger absolutamente a nadie en Haití.

Ariel Henry había recibido amenazas de las bandas armadas de Gonaives. Le habían avisado que planeaban atentar contra él. Aún así, la policía y la custodia del primer ministro no pudieron impedir que un grupo de sicarios llegara a metros de él y dispararan a mansalva, dejando un muerto y decenas de heridos.

En semejante intemperie, es fácil imaginar a grandes mafias del narcotráfico planeando adueñarse totalmente de Haití para convertirla en un narco-estado. Por tanto, es posible que el magnicidio en Puerto Príncipe y el frustrado atentado contra el primer ministro en Gonaives tengan que ver con un proyecto de esa naturaleza. Haití es tierra de nadie. Y el narcotráfico lo sabe.

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