El 10 de enero se cumplieron 210 años de la batalla de Guayabos, el decisivo enfrentamiento en que, como dice Luis Alberto de Herrera, Rivera sableó a la “arrogancia” de Alvear y Dorrego, abriendo el primer momento de administración autónoma de la Provincia Oriental. Fue a la vez el punto mayor de la influencia de la conducción artiguista y su proyecto de confederación. En esta pausa veraniega y este intervalo gubernamental, bueno es que recordemos estos episodios de nuestra historia que no son solo una calle, una memoria congelada, sino experiencia y patrimonio.
Como se sabe, sumados los orientales a la Revolución de Mayo desde febrero de 1811, se vivió un tiempo de difícil organización. La Junta de Buenos Aires envió un ejército al mando de Rondeau y reconoció en Artigas el mando de esas milicias que tendrían su bautismo de fuego el 18 de mayo en la Batalla de Las Piedras. Nacía allí un ejército y un pueblo en marcha que de inmediato quiso asaltar Montevideo, donde el Virrey Elío, caudillo a la vieja estirpe española, perseguía a todo sospechoso de revolucionario. Rondeau no quiso dar ese paso y se producen diferencias que se hacen drásticas cuando, en octubre, Montevideo y Buenos Aires pactan una paz que suponía - entre otras cosas- reiterar la subordinación a la Corona Española. Se produce el Exodo, como se le ha llamado después, “la redota” como le dijeron los paisanos, amargados, que se fueron del sitio y marcharon tras su jefe. Las tropas porteñas se retiraban y, para peor, aparecían ya las portuguesas en el escenario. En el Ayuí se instalarán los 4.031 civiles censados, mas los 5 a 6 mil militares que eran esa fuerza miliciana ya devenida ejército.
A mediados del año siguiente, 1812, las fuerzas artiguistas retornarán a la lucha, pero en constante pugna con el mando porteño. En diciembre de ese año, la llamada Precisión del Yi marca lo que será una decisión inquebrantable, sostenida tanto por Artigas como por Rivera más tarde, que es la de preservar la autonomía del mando militar de la fuerza oriental. Era el resguardo de la “soberanía particular” de los pueblos , norte de la revolución. Se inicia el segundo sitio de Montevideo y convocados los orientales para integrar la nueva Asamblea Constituyente de las Provincias Unidas, se dictarán nuestras célebres Instrucciones de abril de 1813, que definen para siempre, como acto constitutivo y fundacional, nuestra vocación de independencia, organización republicana y una confederación en que cada provincia se organizaría democráticamente con los clásicos principios de la separación de poderes.
Vendrá entonces el rechazo de Buenos Aires a nuestros diputados y el enfrentamiento formal con Buenos Aires. Aquí hacemos gracia del relato para señalar que Montevideo recién capitula el 20 de junio de 1814, quedando la provincia bajo el gobierno de Buenos Aires. Artigas, que ejercía ya una influencia importante en las provincias litoraleñas, se enfrenta al Directorio bonaerense. En Marmarajá, el 4 de octubre, Otorgués es aplastado por Dorrego. Artigas encarga a Lavalleja de hostilizar a la fuerza de Alvear hasta que el 10 de enero de 1815, en un lugar donde confluyen el arroyo de Guayabos y el de Arerunguá, un rincón salteño, Rivera, al mando de 800 hombres, derrota a Dorrego de tal modo que éste se salva huyendo solo con su escolta. Fue una batalla típica de Rivera, cansando la caballada enemiga en varios días de esconderse, simular luego una retirada y lanzar una arrolladora carga de caballería.
Buenos Aires no tiene más remedio que entregar Montevideo al gobierno artiguista y la figura de Rivera emerge con un perfil propio, no solo de habilísimo militar y reconocido baqueano, sino hombre de orden. De hecho Artigas lo nombra su segundo cuando le encarga administrar la capital luego del fracaso de Otorgués. Su fama trasciende. El padre Larrañaga , en su Viaje a Paysandú dice: “Yo deseaba mucho conocer a este joven por su valor y buen comportamiento. El fue quien en Guayabos derrotó a las fuerzas de Buenos Aires mandada por Dorrego Me pareció de unos 25 años, de buen personal, carirredondo, de ojos grandes y modestos, muy atento y que se expresaba con finura”.
Interesante es recordar que los Rivera estaban con la revolución desde el primer día. Pablo Perafrán de la Ribera, con 65 años, ya una edad para aquel tiempo, se incorpora con toda su familia. Su hijo mayor Félix y el segundo, Fructuoso, participaron de la batalla de Las Piedras y el Primer Sitio, acompañando todos a Artigas en el Exodo. El viejo cae preso de los españoles en 1814 (aun no se había entregado Montevideo) y es juzgado severamente. Sus acusadores dicen en el juicio que “sería un hombre terrible perjudicial al estado y a nuestras propias vidas y haciendas si llegase, por algún resorte, a conseguir su libertad, máxime en ser sujeto tan baqueano de estas campañas y acreditado con todos los del Partido insurgente y con el mismo Artigas pues se deja entender en virtud que sus tres hijos son Capitanes en su ejército y su propia Mujer y demás familia aun residen siguiendo las marchas de dicha ejercito”.
Félix había estudiado en Córdoba. Fructuoso con los curas. Su ortografía era horrible, como le reprochó incluso Artigas, pero su correspondencia torrencial, como lo ha documentado no ha mucho Padrón Favre en su erudito libro sobre el personaje. Pasaba horas escribiendo cartas, aun en la madrugada, en afición bien distinta a la que surge de las despectivas descripciones con las que se trata de ensombrecer la figura del caudillo más popular de la Revolución, el que 13 años después, con su audacia militar y genio político, llevaría el país a la independencia con su conquista de las
Misiones. “El más fascinante de los caudillos orientales”, al decir del blancazo de Lincoln Maiztegui.
El 10 de enero fue Guayabos. Tres días después se izó por primera vez la bandera que hasta hoy reverenciamos como el emblema de Artigas. Nuestro territorio estuvo en manos orientales hasta la derrota ante la invasión lusitana, portuguesa primero, brasileña después. A esa altura, sin embargo, ya la República era un hecho histórico irreversible aunque faltara aun mucho andar para consagrarla.