Generosidad blanca

A esta altura es inútil que los blancos analicen qué ocurrió en el pasado proceso electoral. Más importante es que miren hacia adelante y den una señal contundente en favor del armado de la Coalición Republicana (CR) en todo el país.

El análisis de la derrota ya no sirve. Por un lado, porque todos aquellos que lo hayan querido hacer ya lo procesaron y valoraron, comparando resultados electorales en detalle y tomando en cuenta fundadas opiniones, como por ejemplo las del informe de Oscar Licandro. Evidentemente, no hay una presión partidaria para conducir un proceso abierto y debatido sobre el asunto. Por otro lado, porque el mero paso del tiempo va fijando otras prioridades: reconfiguraciones sectoriales, surgimiento de nuevos liderazgos, y decisiones importantes en los catorce gobiernos departamentales liderados por blancos. Además, este invierno el partido en sí tomó libremente una decisión simbólica francamente rotunda: votó a Delgado como su presidente.

Los blancos debieran aceptar, sin remilgos, un principio básico: en política se eligen los rivales y no los aliados. Y todo lo que sigue también es evidente: un partido político está para ejercer el poder; la realidad electoral dice que los blancos nunca serán mayoría de gobierno sin alianzas con otros partidos; el rival es el Frente Amplio; y el aliado natural, hace al menos treinta años, son los colorados.

El Partido Colorado ha planteado para el próximo ciclo electoral que la CR, que funcionó en mayo en Salto, Montevideo y Canelones, exista en todos los departamentos. Han dicho incluso, y no hay por qué no creerles: en todas partes o en ninguna. Los blancos son los socios mayoritarios de esta coalición. Sus intendentes son 14, y es razonable pensar que con la CR en cancha puedan ser 15 o 16. La tarea blanca por lo tanto es empezar a dar señales en este sentido, tanto a nivel de autoridades nacionales como departamentales. Como buen hermano mayor de la coalición, debe propiciar gobiernos plurales blanco-colorados. Ello redundará, seguramente, por lo menos en diecisiete éxitos departamentales.

La mística de Masoller es emocionante. Pero para que no quede en melancolía histórica sin contenido político se precisa madurez y realismo. No puede haber 19 partidos en los que cada barón feudal haga lo que le parezca con los posibles aliados colorados. Si Saravia hubiera vivido mirándose el ombligo en su pago chico, no hubiera habido revoluciones. Hoy pasa algo parecido: se precisa de un partido grande y generoso que acepte la realidad de aliados, rivales y objetivos políticos nacionales. Hay que abrir tranqueras locales, dar señales nacionales, comprometer acuerdos en comisiones departamentales y generar fuertes vínculos de cooperación con los colorados. Alguna dirigencia blanca debiera de asumir de una vez por todas que no vivimos en 1925. Despierten: la gente, al menos desde el balotaje de 1999, ya lo asumió. ¿Podrá encarar todo esto el actual directorio blanco?

Gritar ¡viva Saravia! cada 10 de setiembre está bien. Pero la mitad del país que no es frenteamplista está esperando más que esa gestualidad del pasado. ¡Ah! Por cierto: dense cuenta, también, que Lacalle Pou (sin poncho blanco en este Masoller) no puede ocuparse de todo.

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