Ametros del lugar donde Alberto Fernández elogiaba al Partido Comunista Chino (PCCh), la represión militar contra las protestas de los estudiantes iniciaba las masacres que dejaron miles de muertos y desaparecidos en 1989.
Días antes, el presidente argentino había derrapado en el Kremlin al insinuar deseos de ruptura con Estados Unidos y ofrecer la Argentina como “puerta de ingreso de Rusia a Latinoamérica”.
Ahora derrapaba en el Gran Salón del Pueblo, que está junto a la Plaza de Tiananmén.
Treinta años después de su inauguración, el imponente edificio construido frente al monumento a los Héroes del Pueblo, fue testigo de la ofensiva con tanques y soldados abriendo fuego a mansalva contra los jóvenes manifestantes que reclamaban que la apertura económica fuese acompañada por la apertura política.
De eso no habla el Museo del PCCh que visitó Alberto Fernández poco antes de proclamar, nada menos que frente a la Plaza de Tiananmén, su admiración e identificación con la revolución de Mao Tse-tung y con la “filosofía” del Partido Comunista.
Deng Xiaoping representaba una esperanza para los jóvenes que no querían vivir, como sus padres, rezando las proclamas del “Gran Timonel” y obedeciendo a un régimen fanático y dictatorial.
En el sentido reclamado por los estudiantes lo alentaba a avanzar el entonces jefe del PCCh, Zhao Ziyang, pero se oponía duramente el dogmático primer ministro Li Peng. Y el líder reformista que sentó las bases para el formidable desarrollo económico chino, temió que la democratización que pusiera fin al régimen de partido único, obstruyera el crecimiento y la modernización económica que había comenzado. Por eso contuvo a Zhao Ziyang y dejó que Li Peng perpetrara la masacre.
No fue la primera. La “revolución cultural” que lanzó en 1966 Mao Tse-tung para purgar a los “elementos burgueses” del partido, fue una violenta cacería de brujas que a lo largo de una década causo decenas de miles de muertes y colmó los campos de concentración.
No fueron las primeras muertes masivas causadas por el fanatismo ideológico maoísta. El desastre económico que provocó el proceso de industrialización y colectivización al que Mao llamó “Gran Salto Adelante”, dejó decenas de millones de muertos por inanición entre 1958 y 1961.
Los campos de reeducación, que en realidad son campos de concentración, y el supremacismo de la etnia Han sobre el restante medio centenar de etnias que habitan China, también comenzaron a funcionar bajo el liderazgo de Mao Tse-tung.
Ese liderazgo y sus hogueras ideológicas alabó el presidente de Argentina frente a Xi Jinping. Elogió al Partido Comunista que apoyó con armas y dinero al Khemer Rouge, la milicia pro-china que cometió un genocidio en Camboya en la década del setenta. El propio Mao Te-tung había ordenado esa ayuda a la guerrilla camboyana liderada por Pol Pot cuando empezó a luchar contra el gobierno del príncipe Norodom Sihanouk, a pesar de que ya era evidente su radicalización lunática y su criminalidad.
Por cierto, también elogiar el sistema de Estados Unidos podría interpretarse como un elogio a los tantos desastres cometidos por gobiernos norteamericanos, como la guerra en Vietnam. Pero la casi totalidad de las víctimas del PCCh y de experimentos económicos calamitosos de Mao como el Gran Salto Adelante, fueron los propios chinos.
Por estos días, millones de uigures están siendo perseguidos y encerrados en campos de “reeducación” en la región de Xinjiang, el territorio centroasiático de esa etnia musulmana.
El mundo ha visto el sometimiento de los tibetanos, de los manchúes y de muchas de las demás etnias que existen a la sombra de la supremacía Han.
Si quería, como siempre, halagar al ocasional anfitrión, Alberto Fernández podría haber elogiado aspectos puntuales del proceso revolucionario y también el sideral crecimiento de la economía china. Pero lo que elogió sin distinciones ni cuidados fue a un régimen que mató a millones de chinos con sus represiones y experimentos económicos, antes de las reformas que introdujeron el capitalismo. Un capitalismo con millones de trabajadores explotados y sin derechos sindicales.
Fernández pronunció sus elogios precisamente allí, en el edifico que presenció la masacre de Tiananmén.