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¡Es la estupidez, economista!

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Se atribuye a un tal James Carville, estratega de campaña de Bill Clinton, la memorable frase “¡es la economía, estúpido!”, con que derrotaría a un aparentemente invencible George H. Bush (padre) en las elecciones de 1992. El candidato republicano venía con viento a favor para la reelección, por una exitosa política exterior tanto en la paz (había dado fin a la Guerra Fría) como en la guerra (la del Golfo Pérsico). Como Carville sabía que ese no era el flanco más competitivo de su candidato demócrata, se la jugó por una conexión con las necesidades menos patrióticas y más pedestres del ciudadano: algo que en Uruguay hemos traducido desde siempre con eso de que “acá la gente vota con el bolsillo”.

“Estúpido”, en esa frase, no debe interpretarse como un insulto. Viene de un modismo muy gringo de agregar “stupid” a conceptos que parecen obvios, desde aquel también famoso K.I.S.S. (“keep it simple, stupid”) que popularizaron en la década del 60 ciertos manuales de mercadeo. O sea que el aforismo de Clinton no debe leerse como un agravio sino más bien como un “¿no te das cuenta de que es evidente que la economía es lo que más preocupa al votante?”

Y así es: cuando hablamos de marketing político, lo más obvio parece ser que la gente premia o castiga a un gobierno, según cómo ha afectado sus ingresos y egresos mensuales. Sin ir más lejos, el resultado electoral de la elección uruguaya de 2004 es una contundente prueba al respecto. Salíamos de una profunda y dolorosa crisis económica y la oferta de cambio del Frente Amplio sedujo a la mayoría absoluta en primera vuelta.

Pero a la vista de algunos componentes noticiosos de estos tiempos, me permito invertir los términos de James Carville, con la proposición del título.

Es que en este capitalismo de ficción que transitamos, hay veces en que ni siquiera es la economía la que define el comportamiento ciudadano, sino un nivel de indiferencia, una inercia acrítica de ensoberbecida ignorancia que se viraliza en las redes sociales y es magnificada incluso por el sistema político, como verdad revelada.

Me explico con un par de ejemplos.

En Argentina, una líder populista de izquierda como la vicepresidenta Cristina Fernández ha elegido confrontar con su contrafigura de derecha, Javier Milei. Él se mofa de ella y de “la casta”, como llama a todos los políticos que no son de su partido, en su agresiva prédica antisistema. Y Cristina, en un reciente acto en La Plata, lo desafió abiertamente, autodefiniéndose ella misma con el término despectivo proferido por él. Del otro lado del río, cada vez más analistas sostienen que ahí están los dos candidatos que llegan mejor a una ciudadanía apática y hastiada de la crisis. Se estarían disputando mutuamente los mismos votos, ¡aunque estén instalados en los polos opuestos del espectro ideológico! Un poco lo de Cabildo Abierto y el MPP en nuestras últimas elecciones, salvando las distancias.

Vean este testimonio de Matías Balduzzi, joven argentino famoso por ser un gamer premiado internacionalmente: “Obvio que lo banco a Milei y este año le voy a dar mi voto de confianza, boludo. Yo lo veo de esta manera: hace 14 años, tal vez más, que venimos con el mismo sistema, boludo. Y el sistema de hace 14 años, ¿cuál es? Es lo mismo, amigo, es siempre lo mismo, boludo. Votarlo a Milei que plantea algo totalmente diferente, ¿qué puede llegar a pasar, boludo? Si total, ¿qué perdés, boludo? No perdemos nada votándolo a Milei. En cambio si los seguimos votando a estos hijos de puta que están ahora, vamos a seguir como estamos ahora. Entonces si seguimos con este sistema, ya vemos que estamos mal. Si votamos a Milei que plantea algo diferente, no perdemos nada. Total, si le va como el orto a Milei, bueno, ya está, muchachos, pongamos una bombita de Hiroshima en el medio de Santa Fe, por ahí, que explote todo a la mierda y se van todos a la concha de la lora”.

Lo grave es que este testimonio de tan hondo contenido epistemológico fue retuiteado por el propio Javier Milei, como si avalara su razonamiento… Justo Milei, que al principio se había posicionado con una saludable prédica ideológica, instruyendo sobre los beneficios de la economía de mercado contra la demagogia colectivista.

Otro ejemplo igual de inquietante: el retuit de unos cuantos tuiteros frenteamplistas, de este lado del charco, al vecino de Fray Bentos entrevistado por la TV argentina que declaró muy suelto de cuerpo que “en Uruguay el que votó al Cuqui que se la banque y compre en Uruguay. Los cuquitos compran en Uruguay, nosotros compramos en Argentina”.

La verdad es que uno añora las buenas épocas en que había gente que votaba con el bolsillo. Ahora muchos lo hacen parados en prejuicios irracionales y escasa o nula cultura democrática.

Por eso va un aviso a los navegantes: podrán bajar el déficit, los impuestos y la desocupación y aumentar el salario real. Pero si el sistema educativo no forma ciudadanos y los medios de comunicación no colaboran, alentando el sentido crítico, no nos espera nada bueno.

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Álvaro Ahunchain

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