¿Es inevitable?

El relato occidental sobre el fracaso de la “operación especial militar” lanzada por el presidente Putin contra Ucrania hace 3 ½ años, no es cierto. Rusia se halla unida. Las sanciones no solo han fracasado, sino que han movilizado a los empresarios rusos a suplir lo que antes se importaba, libres ahora de competencia externa. Su economía anda bien, habiendo superado distintos escollos y en la lucha armada, está ganando territorio. Además, no se encuentra aislada ni mucho menos. Quienes piden un alto el fuego son los EE.UU., que quisieran no seguir involucrados en este perdidoso asunto”.

Todd, en su libro, La Derrota de Occidente -de hace un año y medio- ofrece una aguda reflexión sobre las tensiones contemporáneas que impactan el orden mundial, consecuencia de este conflicto. En su análisis, Emmanuel Todd, un agudo y controvertido observador francés, subraya las vulnerabilidades de Occidente. En un ámbito donde los antiguos valores de cohesión parecen desmoronarse, dada la evolución política en EE. UU. Los países europeos se plantean cómo acomodarse a este nuevo escenario, teniendo en cuenta también a los recientes actores que han brotado y otros que han perdido vigencia.

¿Cómo influye todo esto en el conflicto entre Rusia y Ucrania? Parecería reflejar la tesis de Todd, especialmente en relación con el supuesto triunfo estratégico de Rusia y el declive de una Europa unificada.

Al analizar el conflicto entre Rusia y Ucrania, resulta evidente que Todd pone en cuestión la narrativa occidental predominante sobre su poder global. Aunque Rusia podría no alcanzar todos sus objetivos en esta etapa del conflicto -como podría ser la toma de Odessa, un activo importantísimo de Ucrania- Todd argumenta que los objetivos estratégicos esenciales de Moscú ya están cerca de materializarse.

La guerra ha mostrado la capacidad militar de Rusia y también las profundas divisiones internas y preocupaciones de sus adversarios. No únicamente eso. Occidente no ha podido suministrar a Ucrania municiones y armas en tiempo y forma. Además, su utilización en combate está restringida por quienes las suministran. Su industria armamentista no está preparada para un conflicto como el actual. La rusa sí. Sus aliados también. Y respecto a la amenaza ya más preocupante, la expansión del conflicto, la posesión de misiles hipersónicos, su arsenal nuclear y su gran extensión territorial, le otorgan a los rusos superioridad en el plano estratégico.

En resumen: Rusia ha logrado resistir las sanciones económicas impuestas por Occidente, ha consolidado alianzas estratégicas y ha desestabilizado la cohesión de sus enemigos. En este sentido el conflicto es un campo donde Putin avanza, mientras Occidente enfrenta un desgaste prolongado.

Todd enfatiza la naturaleza fragmentada de Europa, algo que este conflicto ha puesto de manifiesto. Mientras que países como Polonia, Lituania o Finlandia, por proximidad geográfica y amenaza directa, están profundamente implicados en la confrontación con Rusia, otros estados más alejados como Portugal, España o Italia tienen prioridades completamente dispares. Todd argumenta que Europa, como proyecto conjunto, es más una ilusión que una realidad y la guerra ha dejado al descubierto estas fisuras internas.

Otro pilar del análisis de Todd recae en el escepticismo hacia la capacidad de la OTAN aunque, la alianza ha servido como un instrumento de disuasión en el pasado, su eficacia a largo plazo está limitada por los intereses divergentes de sus miembros. Los estados más cercanos desean una postura más firme contra Moscú, mientras que otras naciones, conscientes de su fragilidad económica o de su alejamiento geográfico, optan por un enfoque más moderado, cuidadoso. Gran Bretaña emerge como un líder europeo, seguido por Francia. Hungría busca apartarse de la confrontación. La posición de Alemania es proucraniana pero dista ser de fuste.

Todd también cuestiona si la OTAN pueda sostener una guerra prolongada sin fracturarse. Enfrentada a un enemigo que no muestra señales de agotamiento en el corto plazo, la alianza se enfrenta al desafío de mantener su unidad mientras que sus estados miembros lidian con las consecuencias económicas y sociales del conflicto, desde la inflación hasta la opinión pública adversa.

Una de las tesis más provocadoras de Todd en su libro es la noción de que el orden unipolar liderado por Estados Unidos está en declive. El conflicto ruso-ucraniano ha puesto en evidencia que Occidente ya no tiene el monopolio de la narrativa global, ni la capacidad de imponer sus términos económicos y políticos a otras regiones del mundo. China, India, Irán, Brasil y otros actores han mantenido una postura ambigua o incluso favorable hacia Rusia, lo que evidencia el surgimiento de un mundo multipolar.

Europa no existe como una entidad cohesionada; solo existen países con intereses individuales y prioridades dispares. En sus mochilas cargan antiguas y recientes historias de guerras, producto de su ubicación geográfica y viejos rencores en su memoria. Rusia, por ejemplo, no ha olvidado y Putin le recuerda a su pueblo que cuando Alemania (nazi) atacó a la URSS en 1941, parte de la población ucraniana -que había sufrido dos hambrunas inducidas por Stalin con el objetivo de romper el espinazo de su alma rural y subyugarlos, además de una cruel persecución religiosa por los comunistas rusos- parte se unió a los alemanes. Putin hoy quiere “desnazificar” a los ucranianos. Imaginemos el horror que puede ser eso.

El colapso de una Europa funcional y la exposición de las limitaciones de la OTAN son triunfos estratégicos que apuntan a una “derrota” más amplia de Occidente. Y para preocupar más al lector de esta columna, varios países próximos a Rusia sufren frecuentes ataques cibernéticos de hackers rusos que afectan con frecuencia su sistema bancario, sus ferrocarriles y redes eléctricas, como parte de una guerra híbrida que viene “in crescendo”.

En este tembladeral geopolítico, a enormes desafíos se enfrentan los líderes de ambos bandos para contener la situación y evitar más tragedia.