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Entre libertad y despotismo (II)

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En nuestra anterior nota, luego de describir el doble dilema democracia-autocracia y libertad-despotismo, nos referimos a la bicentenaria historia del proceso de divorcio, entre el socialismo democrático y el socialismo marxista, producido porque mientras el primero privilegió la existencia de la democracia liberal para luchar dentro de ella por sus ideales de justicia, el segundo, justificó todos los atropellos cometidos por los gobiernos marxistas, contra la vida y la dignidad humana de sus súbditos, privándoles de los derechos políticos y privilegiando la etapa de la “dictadura del proletariado” gobernada por un partido único.

Luego de la disolución de la Unión Soviética y de la consiguiente liberación de los países de Europa del Este sobre finales del siglo XX, cuyos ciudadanos pudieron comprobar, a la vez, el desastre de las economías comunistas y las bondades de ser plenamente libres, en su ser y en su destino individual y colectivo, el enfrentamiento ideológico entre ambos socialismos se volvió absolutamente desigual - haciendo desaparecer, prácticamente, los viejos partidos comunistas de Europa- y confirmando que la asociación o unificación entre ellos, era imposible por incompatibilidad moral y política.

Dijimos también, que en nuestro país, extrañamente, se mantiene entre ambos, una convivencia política muy estrecha dentro de un mismo lema partidario, el Frente Amplio, que -a nuestro juicio- ha producido un efecto inverso que en Europa: en la “fuerza política” avanza la hegemonía del Partido Comunista, el MPP y el Socialismo, también marxista, y mengua el peso interno de los sectores socialdemócratas que se mantienen en el lema.

El fenómeno es razonable.

Los ciudadanos que anteponen los valores de la democracia liberal, que no sólo incluye las libertades y derechos que Nino llama “preconstitutivos de la democracia” que son los que permiten ejercerla, como la libertad del sufragio, la libertad de asociación política, la de expresión del pensamiento, la representación de la minorías, sino, además, todos los derechos humanos fundamentales, inherentes a la persona humana o derivados de la forma republicana de gobierno, consagrados por el art. 72 de la Constitución, no desean pertenecer a un lema que cobija pensamientos políticos que están en las antípodas desde el punto de vista de la moral política.

Peor aún. Los grupos de ideología marxista han tratado de sacarse el lastre de sus antecedentes negativos nacionales e internacionales (esto último porque no olvidemos que los principales dirigentes y, asimismo militantes marxistas locales, frecuentaba la Unión Soviética, los países del Este y Cuba, algunos, para un intercambio ideológico y otros para adiestramiento militar) tratando de lucir como principales defensores de los derechos humanos, cuando antes los despreciaban abiertamente, tildándolos de “libertades burguesas”.

Por lo menos, los marxistas anteriores a la caída del Muro de Berlín, tenían la honestidad intelectual de no disfrazarse de liberales, sino que justificaba las “dictaduras del proletariado” a nivel universal, en la tesis pretendidamente científica, que Marx y Engels desarrollaron y ellos abrazaron como verdad inconmovible.

Lo cierto es que una de las reglas elementales de toda discusión -en particular de toda discusión pública general, como las que generan las cuestiones políticas en una democracia- es la regla de la coherencia y no contradicción, de parte de los participantes activos.

Pero, tanto los participantes activos como los pasivos, a la larga, advierten las contradicciones en que incurren los “hablantes”.

Unas de las oportunidades en que se revelan con toda evidencia las contradicciones, es cuando se trata de salir del entorno doméstico, y mirar hacia el resto del mundo, donde no es posible disimularlas.

Eso le debe haber ocurrido a los votantes del Frente Amplio cuando escucharon un reportaje a la Ing. Carolina Cosse, (ex MPP y actualmente socia con expectativas de candidata presidencial con el patrocinio del Partido Comunista) efectuado en el programa “En la Mira” de VTV, -que un lector de El País me hizo llegar en video- donde el politólogo Adolfo Garcé le preguntó directamente, si para ella, en Venezuela y en Cuba, sus regímenes son “dictaduras o no” la respuesta fue la siguiente:

“No, considero que cada pueblo tiene su… estoy convencida de la importancia de la autodeterminación de los pueblos y que en la medida en que en Venezuela hay un presidente electo en elecciones libres, Venezuela deberá resolver sus problemas, creo que si los tiene, y deberá resolverlos.

Y Cuba es una sociedad diferente que encontró un camino diferente, que tiene una gran cantidad de aspectos de realidad que son poco conocidos, tienen su forma de participar que nos es extraña a nosotros, este.. .diferente, no, no la considero una dictadura”.

Obviamente, los más fuertemente sorprendidos habrán sido los muchos venezolanos y cubanos que hoy residen aquí y disfrutan de nuestra democracia liberal.

Pero si por lo menos, hubiera dicho que en Cuba hace más de 60 años se instaló una, proclamada urbe et orbi, “dictadura del proletariado” como etapa necesaria del determinismo histórico marxista, lo que para sus ejecutores justificó y justifica aún el avasallamiento permanente de todos los derechos humanos fundamentales de sus compatriotas, la Ing. Cosse hubiera cumplido con la regla de coherencia y no contradicción del discurso.

Antaño, durante el proceso de gestación del Frente Amplio y aún antes, los dirigentes del Partido Comunista y del Partido Socialista sostenían con gran insistencia y altisonancia, que los Partidos tradicionales se beneficiaban ilegítimamente de la “ley de lemas”, que les permitía acumular los sufragios de los distintos sectores que integraban cada partido, que tenían programas de gobierno diferentes, haciendo alusión directa al Herrerismo y la Unión Blanca Democrática dentro del Partido Nacional y al Batllismo de la lista 14 y de la lista 15 o al pachequismo dentro del Partido Colorado.

Los más veteranos, que recordamos esa prédica, nos preguntamos donde quedaron esos argumentos, si dentro del Frente Amplio, ya hace años conviven sectores que se diferencian, no por sus programas de gobierno, sino por lo más esencial, como es su adhesión o no a la democracia y los derechos humanos fundamentales.

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