El tiro en el pie

Al momento de escribir estas líneas, la ministra de Transporte Lucía Etcheverry aceptaba la renuncia de la vice del puerto, Alejandra Koch. El anuncio, lejísimo de la calidez que recibió la ex ministra Cairo, era inevitable. En pocos días, Koch había dado un ascenso a su marido, a su chofer, y una mirada a su historial, abría todo tipo de suspicacias. Al punto que uno se pregunta, ¿cómo llegó ahí?

Pero el tema de la semana (para el 99% de los medios) fue la denuncia contra el director de la OPP, Rodrigo Arim, a quien se endilga tener un coqueta casa en Solís, que no estaba al día con algunos requerimientos formales y, por lo tanto, con algunos tributos. Entre ellos, el impuesto de Primaria, lo cual habilitó duras críticas a quien como rector de la UdelaR, fue portavoz habitual de reclamos de más recursos para la educación pública. Como siempre pasa en estos casos, el escarnio fue cruel, y hasta proliferaron imágenes y rankings de Airbnb sobre la casa.

La defensa del gobierno a Arim fue la natural: el jerarca está en falta con algunas cuestiones formales, al igual que tantísima gente, en un país donde regularizar cualquier cosa es caro y complejo. Por algo somos el país del gestor.

No lo conocemos personalmente a Arim, pero tiene una trayectoria marcada por la seriedad y el compromiso. Y más allá de su perfil claramente frenteamplista en el submundo de la política universitaria, lo único cuestionable fue cuando incineró a un comerciante por poner un cartel con referencias a Tarantino, donde se “prohibía” el ingreso de perros y mexicanos. Al menos para el autor de estas líneas, es más fácil perdonar la irregularidad administrativa que la falta de sentido del humor.

Es verdad que casi todo lo que se decía de Cairo se puede decir de Arim. También que el gobierno no se puede permitir la caída de otro jerarca con rango ministerial en dos meses de gestión. Pero hay un elemento que mencionó el Pacha Sánchez sobre el caso que nos dejó pensando. Según el secretario de Presidencia, “se está exacerbando la crítica con Arim. Me preocupa mucho más los políticos que se enriquecen, que los políticos que tienen deudas”.

En esto, 100% de acuerdo con Sánchez. Con el matiz, claro, de que si usted trabaja para el estado hace años en puestos jerárquicos y de buena paga, debería estar al día con lo que le toca en impuestos.

Pero cuando se habla de exacerbar, y vaya si se ha exacerbado en este caso, no queda menos que preguntarse de dónde viene tanto rencor. Y de inmediato viene a la cabeza el recuerdo de los primeros meses del gobierno anterior. En aquel momento la oposición, y muy especialmente algunas figuras del MPP (no Sánchez, hay que decirlo) tuvieron una actitud igual o más exacerbada en la crítica que la que padece hoy este gobierno. No hablamos sólo del trillado tema del caceroleo exigiendo cuarentena. Ni siquiera del manejo del caso Astesiano, o las denuncias de Carrera y Bergara de que el acuerdo en el Puerto era un orgasmo de corrupción. Cosa de la que no pudieron aportar ni una prueba. Pero sí de situaciones como la del predecesor de Arim. Isaac Alfie, a quien se prendió fuego por haber facturado como técnico en un juicio internacional que afectaba a Uruguay. Cuando todo el mundo sabe que fue un rol que no significaba ni por un minuto una deslealtad al país.

O el caso de la ex ministra Arbeleche, a quien se ensució durante meses con que había ordenado aprobar un descuento impositivo a la empresa de su esposo. Cuando todo el sistema político sabe que esas exoneraciones salen de una comisión independiente, y han beneficiado a empresas de todo tipo y color.

Estos son apenas dos casos que nos vienen a la cabeza de inmediato. Pero seguro hay muchos más, donde el historial de los medios, o de las redes sociales de muchos jerarcas del gobierno actual, que se duelen por la “exacerbación” de la crítica, no los dejaría bien parados.

El problema de fondo, es que la política funciona (como todo) con las reglas del mercado. Y cuando un político ve que una forma de ejercer el oficio es exitosa o premiada por la sociedad en las urnas, como sucedió en noviembre pasado, es totalmente natural que lo imite. Cuando desde el FA se critica el estilo de Sebastián Da Silva o Graciela Bianchi, suelen olvidar que quienes primero impusieron esa lógica de romper con códigos de relacionamiento históricos en la política local fueron gente como Juan Castillo o José Mujica. Aquello de “vayan a cuidar a sus esposas”... ¿se acuerda?

La imagen de la política es clave para una democracia sólida. Y cuidarla es una responsabilidad de todos, pero muy en especial, de los políticos. Que, sin embargo, muchas veces parecen ser los primeros en arruinarla, con el fin mezquino de ganar 4 votos. Si como dicen en Argentina, “meterse en política es tirar tu honra a los perros”, ya sabemos quiénes son los únicos que estarán dispuestos a hacerlo. Los que no la tienen desde un principio.

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